Luis Enrique Pérez

lepereze@gmail.com

Nació el 3 de junio de 1946. Ha sido profesor universitario de filosofía, y columnista de varios periódicos de Guatemala, en los cuales ha publicado por lo menos 3,500 artículos sobre economía, política, derecho, historia, ciencia y filosofía. En 1995 impartió la lección inaugural de la Universidad Francisco Marroquín.

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Luis Enrique Pérez

Hay tres creencias sobre la relación de causa y efecto entre impuestos y prosperidad económica, que tienen una arrogante apariencia de profunda sabiduría. Es tan profunda, que prefiere ser insensato dogmatismo y no sensato escepticismo. Empero, tal aparente profundidad de sabiduría es real superficialidad de la ignorancia. Y hay urgencia moral de denunciar que son creencias falsas, que cometen un delito epistemológico: suponer una ficticia relación de causa y efecto. Son creencias que brotan, con raro esplendor, de la pasión ideológica, que los hechos, regocijados, se complacen en refutar.

Primera creencia falsa: altos impuestos son causa de prosperidad económica. No hay un solo caso en toda la historia universal que muestre que es así. Aquello que la historia universal muestra es que, en algunas de las naciones más prósperas del mundo, hay altos impuestos; pero este hecho no implica que tales impuestos han sido causa de prosperidad. Y es sensato conjeturar que bajos impuestos han contribuido a una prosperidad que ha posibilitado soportar altos impuestos. La historia económica de Estados Unidos de América brinda un ejemplo: los altos impuestos fueron posteriores, y no anteriores, a la prosperidad.

En algunos países ricos, los altos impuestos han obstruido una mayor prosperidad, hasta un grado tal que ha sido necesario rebajarlos. En el pasado reciente hasta ha ocurrido que las naciones más ricas han competido por rebajar impuestos y prosperar más. Y el gobierno que pretende incentivar una determinada actividad económica promete una exoneración de impuestos, como si precisamente los impuestos fueran agentes represores de la prosperidad económica.

No es necesario acudir a la historia para demostrar que la creencia en que los altos impuestos son causa de prosperidad, es falsa. Solo hay que razonar y, en particular, acudir a una “reductio ad absurdum”, de esta manera: si altos impuestos son causa de prosperidad, entonces impuestos infinitamente altos serán causa de infinita prosperidad; y un país pobre que pretende ser rico, solo tiene que crear impuestos infinitamente altos. Se argumentará que los altos impuestos son necesarios; pero no suficientes. La historia económica demuestra que no son necesarios.

Segunda creencia falsa: la redistribución oficial de la riqueza es causa de prosperidad económica. No hay un solo caso en toda la historia universal que muestre que es así. Aludo a esa redistribución que consiste en crear altos impuestos destinados a obtener una porción mayor del patrimonio de los más ricos, para repartirlo entre los más pobres, mediante el gasto público.

Ocurre el fenómeno opuesto, es decir, un mayor despojo tributario de la riqueza de los más ricos reduce el incentivo de creación de riqueza adicional, que es la única que puede posibilitar que los pobres sean menos pobres. La redistribución oficial de la riqueza es, pues, causa de una menor prosperidad económica. Si no hay redistribución oficial de la riqueza, surge una mayor probabilidad de que los más pobres puedan tener nuevas y mejores oportunidades de mejorar.

Tercera creencia falsa: la igualdad de riqueza es causa de prosperidad económica. No hay un solo caso en toda la historia universal que muestre que es así. Es explicable que no haya tal caso, porque la prosperidad económica no implica igualdad, sino incremento constante de la riqueza de la mayoría de la población. Aquello que importa es que cada vez haya menos pobreza o que cada vez haya más riqueza, y no que cada vez haya más igualdad.

Hasta ocurre que más desigualdad es causa de más riqueza, porque tal desigualdad es producto de permitir que quienes son más aptos para crear riqueza empleen, en máximo grado, esa preciosa mayor aptitud, y generen nuevas oportunidades de prosperidad general. Tan solo por esta razón es socialmente beneficiosa la libre y lícita desigualdad de riqueza. La pretensión de imponer oficialmente igualdad de riqueza es finalmente propiciar igualdad de pobreza. Y por supuesto, en los países ricos hay una infinita y socialmente benéfica desigualdad de riqueza.

Post scriptum. En los países pobres, la falsa creencia de los gobernantes en que los altos impuestos, la redistribución oficial de la riqueza y la igualdad de riqueza son causas de la prosperidad económica, ha causado el efecto opuesto: ha impedido esa prosperidad. Una misteriosa obstinación por la falsedad ha sido más poderosa que la verdad que con insolente evidencia brota de la historia económica de las naciones.

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