Oscar Clemente Marroquín
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La desfachatez no tiene límites y ayer la jueza Abelina Cruz Toscano nos dio una clara muestra de que importa un pepino no sólo la ley y su correcta aplicación sino lo que pueda pensar cualquiera respecto al comportamiento abusivo de toda clase de funcionarios. Se sabe que pocos sindicados son tan poderosos como la que fuera influyente magistrada de la Corte Suprema de Justicia, Blanca Stalling, quien durante años fue figura destacada del modelo de cooptación de la justicia en el país, tanto así que ya anteriormente había logrado que le dictaran medida sustitutiva para irse a su casa, pese a que sus actuaciones en el momento de su captura son prueba fehaciente de que está dispuesta a todo para evadir la ley.
Pero ayer la juzgadora Cruz Toscano, quien con lujo de prepotencia impidió que los medios pudieran tener acceso a su juzgado no obstante que el proceso contra Stalling no tiene ningún nivel de reserva, simple y llanamente pasó por alto cualquier consideración lógica y legal, resolviendo el arresto domiciliario para librarla de la prisión preventiva dictada originalmente con estricto apego a la ley y ya ratificada por instancia superior cuando una Sala le había dado el beneficio de la libertad bajo caución económica.
El rostro sonriente de Stalling cuando salió con la orden de libertad bajo el brazo es el que por ahora tienen todos los que llegaron a sentir pasos de animal grande cuando gracias al trabajo de la CICIG y el MP se pudo romper el eterno esquema de impunidad que ha protegido a tantos poderosos en el país. No podía ocultar su enorme satisfacción quien en su momento pretendió ocultarse tras una burda peluca y quien, portando un arma de fuego, trató de evadir la orden de captura girada en su contra. Y es que no fue para menos porque legalmente era del todo imposible que cualquier juez con mínimo de respeto a la ley accediera a la petición e hizo falta nada más que una juez suplente ocupara el escaño (comadre hablada sin lugar a dudas) para que se modificara todo el criterio que la mantenía recluida, aunque fuera en la cárcel VIP del Zavala.
La algarabía de los grupos que manifiestan contra la CICIG y el Ministerio Público era más que justificada porque una de las figuras estelares del Pacto de los Corruptos logró su cometido al asegurarse que un órgano jurisdiccional fallara en una forma que no por descarada deja de ser una muestra de hasta dónde están llegando. Ya saben ahora todos, desde Pérez Molina y la Baldetti hasta el último de los sindicados por corrupción, que el camino se presenta favorable para que puedan librarse de condena alguna toda vez que los operadores que al principio tuvieron miedo de correr idéntica suerte, se van sacudiendo los temores y están prestos para hacer lo que haga falta, confiados en que el indiferente chapín, con su proverbial sangre de horchata, si acaso llegará a mostrar su sorpresa y acaso algún repudio, pero no moverá un dedo para contener el avance de ese tenebroso pacto.