Dra. Ana Cristina Morales Modenesi
Al expresar acerca de un sentido de identidad se hace referencia a los rasgos propios que conforman a una persona, la definen y le confieren distinción ante los demás. Este puede encontrarse idealizado por alguien o con facetas que la persona no desea mirar de ella misma porque algunas veces le producen vergüenza.
Le resultan tan inaceptables y le llevan a una lucha interna y a conductas destructivas como en la historia que describo:
La persona en cuestión cree ser generosa, sensible y con una inteligencia particular a la cual culpa por no haberle podido ayudar a desenmarañar su existencia. Reflexiona que no siempre quien es más inteligente es la persona más feliz, y que en el mundo actual de manera precipitada con los muchos avances tecnológicos, las cosas se vuelven cada vez más inteligentes. Dando paso a que las personas crean menos en sí mismas o en los demás.
Frente a la siempre pregunta: ¿Quién soy? Al considerar tener una respuesta esta sufre desvaríos por lo rápido que transcurren los eventos. Con una respectiva ausencia y posible desprestigio de rituales familiares y sociales que ayudan a la persona a la construcción de la imagen propia. Y ahora también el predominio social de una doble moral que propicia a que la persona pueda tirar una piedra y esconder la mano que la lanza.
Un día ella siente el desgarro de verse a sí misma de manera diferente a la que se había pensado, esto ocurre durante un evento en el cual se consideró ser víctima de una pequeña estafa realizada de manera ordinaria y obvia. Era como si la tomasen por tonta y ante el delito flagrante, la otra persona lo negaba y se comportaba de manera ingenua y con aires de honestidad. Esto la desquicio y no pudo contener su cólera así que gritó, alegó e insultó, era como si su persona hubiese sido cambiada o poseída tal vez por un espíritu maligno. En definitiva los hechos la apartaban de la persona que había elegido ser.
Todo ello le provocó disgusto, tristeza y se avergonzó de ella misma. Se sintió lejana a su imagen y observó su otra imagen, la oculta y secreta. El concepto de quién era permitió que fuese eclipsado ante tan insidioso y precipitado arranque de furia. No toleró la oscuridad y fue crítica con ella misma, tanto que entorpeció cada gesto que le diera brillo nuevamente a su imagen. Opacándose a sí misma y desconcertándose de quién en realidad podía ser. Un ser de luz o de sobra, ante tal dicotomía no entendió que una necesitaba de la otra para poder existir. Con ello se autorizó a odiarse a sí misma y a destruirse de manera cruel y lenta.