Oscar Clemente Marroquín
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Arrogándose como propios los resultados de la lucha contra la criminalidad que se emprendieron hace mucho tiempo y que vienen paulatinamente dando frutos en la reducción del número de homicidios, el Ministerio de Gobernación está realizando abruptos cambios en los mandos policiales al extremo de que todos aquellos comisarios y jefes que fueron promotores de esa mayor eficiencia fueron ya despedidos luego de que, en estos días, se produjo la última ronda de destituciones. Bien dice Adela de Torrebiarte que la experiencia y el conocimiento acumulados por esos jefes removidos implica muchos años de trabajo y dedicación y que sus sustitutos no podrán alcanzar tales niveles en un par de meses.
El esfuerzo por materializar una Policía Nacional Civil ha sido arduo y de muchos años, porque tras los Acuerdos de Paz se inició un proceso de reciclaje en el que miembros de la vieja institución pasaron a la nueva, algunas veces sin abandonar las viejas prácticas. Reciclar seres humanos no es como reciclar papel o plástico y, por lo tanto, el arranque fue dificultoso y complejo, lo que se tradujo en aquellos elevados índices de muertos por millar de habitantes en los que se evidenciaba el nuestro como uno de los países más violentos con cifras superiores a cuarenta muertes por millar de habitantes.
No todos los gobiernos le pusieron atención a la necesidad de profesionalizar a la PNC, en parte porque la misma puede ser una importante fuente de negocio y de riqueza para autoridades dispuestas a beneficiarse con la corrupción y en toda fuerza policial hay muchas avenidas para hacer las cosas mal y de manera podrida. Pero sí hubo esfuerzos notables y en los últimos años, con base en la profesionalización de los mandos, lo que elevó notablemente la moral de esa fuerza, se pudo notar el resultado no sólo en la reducción de esos indicadores, que no son fruto de esta breve y disparatada gestión ministerial, sino también en el comportamiento de aquellos policías que en la calle actuaban con el orgullo de pertenecer a una institución dignificada y, por supuesto, también depurada.
Esas autoridades que fueron ascendiendo a lo largo de varios años en un proceso que permitió su capacitación, no sólo en el trabajo de la PNC sino mediante estudios universitarios que les dieron un conocimiento amplio sobre la ley y la criminalidad, es el que se ha tirado por la borda al remover a los cuadros más capacitados y por ello más competentes, para sustituirlos por comisarios improvisados que no han pasado por ese proceso formativo y que a dedo fueron designados sin llenar siquiera los requisitos mínimos de ley.
Llegar a donde se había logrado fue difícil y sumamente complejo. Destruir esos logros se hace rápido y en buena medida irreparable, sobre todo en términos de moral de una fuerza policial que se sentía orgullosa de su institución profesionalizada y que ahora observa cómo esos mandos que les inyectaron tal moral son destituidos simplemente porque sí, sin expresión de motivo o razón, para ascender a la brava sustitutos con quién sabe qué intenciones.