Claudia Escobar

claudiaescobarm@alumni.harvard.edu

Es juez guatemalteca, reconocida internacionalmente por su labor en contra de la corrupción. Recibió el reconocimiento “Democracy Award”. Escobar ha sido fellowen la Universidad de Harvard y Georgetown University.  Doctora en Derecho por la Universidad Autónoma de Barcelona; Abogada por la Universidad Francisco Marroquín. También tiene estudios en ciencias políticas de Louisiana State University

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Claudia Escobar
claudiaescobarm@alumni.harvard.edu

“Hubo conflicto y esfuerzo.
Pero del esfuerzo surgió una especie de poder,
incluso de belleza”.
Jacob Lawrence.

Buscando un lugar donde pudieran vivir con dignidad, durante la Primera Guerra Mundial, más de un millón de familias de afrodescendientes que vivían en el sur de los Estados Unidos emigraron hacia el norte. La guerra produjo una escasez de mano de obra en las industrias del norte, lo que alimentó el éxodo de los afroamericanos. Este período se conoce como la Gran Migración, pero es una parte de la historia, de la que poco se habla.

Aunque en el año 1863 el presidente Abraham Lincoln había proclamado la emancipación de los habitantes de raza negra, a principios del siglo XX la discriminación y las condiciones de vida de los descendientes de los eslavos seguían siendo terribles en el sur de los Estados Unidos; no muy distintas de las que vivieron en la época de la esclavitud. Recordemos que la segregación entre blancos y negros siguió siendo una realidad en el sur, en donde no se eliminó legalmente sino hasta un siglo después de la Guerra de Secesión, con la promulgación de la Ley de Derechos Civiles en 1964.

Al ver la obra artística “The Migration Series” del pintor Jacob Lawrence, en la cual plasmó en sesenta paneles la saga de sus compatriotas, pienso en los miles de centroamericanos que hoy buscan refugio fuera de su tierra. Existen muchos paralelismos entre la gran migración de hace cien años y la migración de los habitantes del Istmo a los Estados Unidos en estos momentos.

Las razones que motivaron a las minorías del sur a trasladarse al norte, son similares a las que obligan hoy a guatemaltecos, hondureños y salvadoreños a dejar su tierra en busca del sueño americano. “Para los afroamericanos no había justicia en las cortes del sur”, señala Lawrence en uno de sus cuadros. Muchas veces eran criminalizados por exigir sus derechos. No se movieron solamente por la falta de oportunidades de trabajo, sino porque se sentían inseguros y perseguidos en lugares como Alabama, Mississippi o Louisiana, lugares donde no podían vivir en libertad.

Los desplazados, llegaban a las grandes ciudades como Chicago, Detroit o New York para realizar los trabajos más duros y vivían en las zonas más pobres de las grandes metrópolis. Como sucede con los hispanos de Centroamérica, la integración no ocurre de la noche a la mañana, pero con frecuencia quienes han pasado por la misma experiencia se solidarizan y los ayudan a ubicarse en el nuevo entorno.

Pero también hay diferencias importantes entre la migración interna y la migración de los habitantes de otro país. En el primero de los casos, quienes se mudan no tiene que preocuparse por pasar fronteras, por aprender otro idioma o por no ser admitidos en el nuevo territorio. Mientras los extranjeros indocumentados, se ven expuestos a enormes riesgos al pasar de un país a otro; tienen que aprender un nuevo idioma y adaptarse a una cultura distinta. Puede ser que incluso sean víctimas de abusos y violaciones a los derechos más fundamentales, como sucedió -este año- a miles de familias que fueron separadas al llegar al territorio estadounidense.

Para detener el flujo de migración, hace 100 años los líderes de los estados del norte y del sur, se comprometieron a colaborar para mejorar las condiciones de vida en el sur. Los países de Centroamérica tienen mucho por hacer para propiciar un entorno que permita vivir dignamente a sus ciudadanos y evitar así que emigren al norte.

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