Jorge Santos
Vladimir Ilich Ulianov más conocido como Lenin decía en los momentos previos a la Revolución Bolchevique que ¡La crisis está madura! ¡Contemporizar se convierte en un crimen! ¡Hay que realizar inmediatamente la revolución y tomar el poder, de lo contrario todo se habrá perdido! Y es que frente a los sucesos o fenómenos que la región mesoamericana viene presenciando, la premisa de Lenin cobra nuevamente vida a más de 100 años de su enunciación.
Guatemala, El Salvador y Honduras son el triángulo de países más violentos del planeta, como una consecuencia histórica de la desigualdad e inequidad a la que las élites económicas, políticas y militares nos han sometido desde inmemorables tiempos. Sin embargo, y lamentablemente, no somos los únicos, México se ha sumado a esta oleada de violencia, terror e ignominia que hoy nos agobia como sociedades y más recientemente Nicaragua forma parte de esta horrenda realidad plagada de autoritarismo, represión, violencia y muerte.
Pero este hecho no es producto de que en estos territorios habiten malas personas, sino de una larga data del ejercicio de la violencia como el único mecanismo para ejercer el poder. Estos territorios, el mexicano, guatemalteco, salvadoreño, hondureño, el nicaragüense y sus pueblos han sido testigos de la barbarie impuesta desde la colonia, pasando por nuestra conformación como repúblicas, los conflictos armados y por supuesto la nunca alcanzada paz. Sometidos a férreas dictaduras militares y políticas que han instaurado en nuestras sociedades, gobiernos al servicio del capital.
Hoy nuestros países cuentan con gobiernos totalmente coludidos con el crimen organizado y el capital nacional y trasnacional, da lo mismo si estos protegen los intereses de las mineras, hidroeléctricas, petroleras, constructores, productores de palma africana o bien los intereses de los traficantes de drogas, armas y personas. El horror producido por Estados que ya no se sabe si administran la cosa pública o bien los intereses de diversos tipos de capital, ha permitido que se reprima por parte de las fuerzas públicas, se sirva a los grupos armados de las redes criminales para que asesinen y masacren de manera indiscriminada en nuestros países. Es por ello, que la respuesta debe ser contundente por parte de los pueblos.
Este horror regionalizado, lo deberemos de vencer de manera igual regionalizando nuestras luchas y resistencias. Cada vez más nuestros pueblos deben articularse, generar vastas redes de solidaridad y acción contra el crimen organizado, los oligarcas y sus gobiernos. No basta que nos movilicemos en redes sociales, sino debemos promover asambleas, intercambio de información, de experiencias positivas y de aprendizaje de las formas de actuar. La derrota de las dictaduras y la verdadera democracia las lograremos, única y exclusivamente profundizando los mecanismos democráticos.
Los pueblos tenemos la obligación de avanzar y derrotar el terror producido por estos grupos a partir de formar un cuerpo único que acumule fuerzas, que se fortalezca en su capacidad de entendimiento de la realidad, de formar y formarse y ojalá que las luchas que hoy inician, se extiendan y amplíen para dar el zarpazo final a este monstruo que hoy nos oprime y mata.