Eduardo Blandón
Finalizado el Concilio Vaticano II en el año 1965, las órdenes religiosas experimentaron una crisis particular que derivó en el abandono de algunos sacerdotes de sus obligaciones clericales para emprender un nuevo estado de vida. Junto a ello, algunos religiosos sienten la necesidad de vincularse con las clases desfavorecidas para iniciar un proyecto llamado en su momento “de liberación”.
Frente a la miseria de la población, la iglesia se pronuncia mostrando solidaridad y pidiendo a los religiosos una vida comprometida haciendo una opción preferencial por los pobres. Esto quedó plasmado en distintas Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, cuya voz profética a veces fue tergiversada y usada a conveniencia para distintos fines.
Entre las principales Conferencias, organizadas por el CELAM (Consejo Episcopal Latinoamericano), deben citarse fundamentalmente la de Medellín en 1968, inaugurada por Pablo VI; la de Puebla en 1979, por Juan Pablo II; la de Santo Domingo, en 1992, estimulada también por Juan Pablo II; y la de Aparecida (Brasil), en el año 2007, animada por Benedicto XVI.
La Conferencia de Puebla alumbró un texto que no pasó desapercibido por los religiosos del posconcilio al invitar a la iglesia a seguir el ejemplo de los que se consideraba intrépidos luchadores por la justicia. El documento ponía como referente a Antonio de Montesinos, Bartolomé de las Casas, Juan de Zumárraga, Vasco de Quiroga, Juan del Valle, Julián Garcés, José de Anchieta, Manuel da Nóbrega, pero sobre todo a Antonio Valdivieso quien defendió con su vida a los indios explotados por los conquistadores y encomenderos.
Por su parte, la iglesia guatemalteca posconciliar, se encontraba abatida por la violencia generalizada producto del enfrentamiento armado interno. Esto lleva a los obispos a denunciar las masacres de las poblaciones que son diezmadas (particularmente en la región noroeste del país) y a poner en evidencia los asesinatos y secuestros que exponen a la población al temor y la zozobra.
El mensaje del Episcopado Guatemalteco firmado el 9 de mayo de 1967, se aproxima a lo que cree son las causas de los problemas del país. Entre ellos alude a la realidad social y económica tremendamente injusta y desequilibrada, la distribución injusta de la renta nacional, la disparidad hiriente en la escala de salarios y “el hecho de que solamente algo más del 2% de la población activa posee el 70% de la tierra laborable, creando el hecho grave del latifundio en algunas regiones y el más grave aún del minifundio en el altiplano”.
Ese contexto complejo y lleno de dificultades a causa de problemas de consenso en una sociedad civil enfrentada, es el que encuentran los religiosos italianos al venir al país. De entrada, residirán en poblaciones con creyentes que sufren y buscan el consuelo de la fe. Para ello, cada uno contribuirá en esa labor a partir del carisma original que encarnarán a partir de sus propios estilos de vida.
Continuará…