Raymond J. Wennier
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Felicitaciones a los licenciados Oscar Clemente y Pedro Pablo Marroquín, de La Hora, por la firma del Convenio de Cooperación con el Ministerio de Educación, con el propósito de establecer Políticas de Prevención acerca de la discriminación y el acoso escolar. Para Sebastián y su familia, mi respeto y admiración por la forma de enfrentar esta situación.
El año pasado, después de un intercambio de ideas sobre el “bullying”, con el licenciado Oscar Clemente Marroquín, escribí que: “El enfoque de fijarse en el “bullying”, creo que es equivocado. El “bullying” es el resultado de la falta de una educación de las habilidades netamente humanas, las habilidades del siglo XXI y las funciones ejecutivas. Es conocer cuáles son y cómo afectan o ayudan a cada persona en un momento dado”.
El tema del “bullying” enfatiza lo que los jóvenes, en grupo, hacen a otros jóvenes, en lo individual, en la escuela y fuera de ella utilizando los medios sociales.
Igualmente creo que este enfoque está equivocado. Lo que se atreven a hacer unos jóvenes contra otros, es el resultado de la falta de involucramiento de los adultos, ya sean padres de familia, directores del establecimiento, maestros o cualquier otro miembro del personal, con los jóvenes y de no establecer una buena y constante comunicación con ellos y no formar un vínculo de confianza (“trust”) entre ambas partes. El énfasis debería ponerse en el adulto como iniciador de esta interrelación.
El maestro, el consejero, el preceptor, el maestro de aula, o como se le llame al encargado de un grupo, tiene que conocer a sus alumnos para identificar inmediatamente un cambio de actitud, de comportamiento, de rendimiento escolar y de relación entre un joven y sus compañeros. Ha de preguntarse ¿Por qué suceden estos cambios?
Como parte de la “cultura” de la escuela, los adultos, directores y maestros, temen confrontar el “bullying” y demuestran con su actitud que “es parte del crecimiento” de los jóvenes. Frecuentemente las autoridades de los colegios no admiten tener un problema y mantienen “el código del silencio” y “look the other way”. Así, los adultos no responden apoyando a los alumnos que sufren el problema. Probablemente es por no sentirse capaces de atender a los jóvenes en sus necesidades personales, léase no entender la psicología del adolescente. Sería imperdonable que las razones fueran otras como el poder de unas familias sobre otras. Si esto sucede los jóvenes se sienten solos, decepcionados, “helpless” y “hopeless” y toman decisiones sin pensar bien antes de actuar.
Los alumnos no reportan incidentes de “bullying” porque los adultos han demostrado que no les prestarán atención, que no hay vínculo de confianza. El “bullying” es un llamado de atención a la necesidad de hacer una revisión seria del ambiente escolar y de la participación de los adultos en la formación de los jóvenes. En un ambiente escolar positivo, los niños y jóvenes necesitan sentirse seguros dentro y fuera del aula, que se sientan respetados y valorados; insistir en el énfasis de las habilidades humanas y luego el contenido académico. Eso lo controla el adulto.
Todavía existe para mantener la disciplina, un sistema jerárquico que demuestra que hay “bosses” que hacen a los alumnos obedecer sin cuestionar las reglas. Así, el adulto modela que ese tipo de autoridad da la pauta a los jóvenes, que el “poder” sobre las personas es lo que realmente vale, no así el aprendizaje del crecimiento personal, el carácter y cómo manejar las emociones ante los obstáculos o dificultades. Es importante enfatizar el papel del adulto en este tema. Los adultos son “formadores” y el joven está en “formación”.