Jorge Mario Andrino Grotewold

El 25 de noviembre de cada año se celebra el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, luego de todo un trabajo de cabildeo para lograrlo, realizado por mujeres valientes en distintos países, y que alcanzó a ser una resolución de la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1999.

Estas “celebraciones” son cada vez más notorias alrededor del mundo, especialmente en aquellos lugares en donde se conoce que existe no sólo una etapa de desigualdad hacia la mujer, sino además un abuso físico, psicológico o económico que no sólo daña cualquier relación entre parejas o personas, sino además afecta notoriamente a su entorno familiar, laboral o social.

En la historia, la mujer ha alcanzado a superar distintas etapas, primeramente fue el de la ignorancia del hombre, que hizo que el trato hacia el sexo opuesto fuera de indiferencia y desigualdad; posteriormente, superado el concepto de la equidad –no igualdad–, entró a superar una etapa más difícil, que fue la de la discriminación, es decir, aquel momento en donde el hombre sabía o reconocía que la mujer tiene los mismos derechos y obligaciones que el hombre, y a pesar de ello le sigue dando un trato diferente, negativo o no valorativo, provocando con ello un proceso de discriminación. Aquí existe una necesaria pausa en el concepto histórico, pues existieron una serie de conquistas sociales, políticas y jurídicas de la mujer hacia su condición frente al hombre, especialmente en países cuyo desarrollo político y económico-social ha sido progresivo y significativo. En otros países como Guatemala, aún conserva bastante de esa primera etapa –ignorancia–, de la segunda etapa –discriminación– y de la tercera etapa, conocida o reconocida como la violencia contra la mujer.

Desafortunadamente, al igual que las otras dos etapas, la mujer encuentra ahora una tercera dificultad a superar, quizá la más difícil de todas, pues al parecer siempre ha existido, desde el inicio de las relaciones de pareja –hombre y mujer–, y que ahora es más reconocido su modalidad; la violencia contra la mujer, en sus distintas variaciones la física, la psicológica, la económica, entre algunas otras, es uno de los crímenes más viles que la humanidad ha podido conocer. No sólo se atenta contra otro ser humano que es creadora de vida, sino en casi todas las circunstancias hay un aprovechamiento de cierta condición favorable del hombre por sobre la mujer, desde una fuerza física, o una condición económico-social. Ese aprovechamiento que debiera ser “positivo” hacia una madre, hija, hermana, esposa o conviviente se convierte en atroz al momento de la violencia ejercida por el hombre, y sus efectos alcanzan hacia toda la familia.

Guatemala está inmersa en la gravedad que significa ancestral y culturalmente llevar un proceso de violencia contra la mujer; las leyes han cambiado, así como ahora existe más conciencia sobre la importancia de atacar este mal. Sin embargo, cada año se reciben más denuncias que obligan a pensar que este tipo de violencia sigue imponente y que solamente con más castigos no será suficiente para su erradicación. Por ello, una campaña seria que involucra importantes personalidades públicas ha iniciado alrededor del mundo, en donde se explica que para detener este grave perjuicio, debe involucrarse a la sociedad en general, y no es solamente un asunto de mujeres. Hombres y mujeres conjuntamente deben encontrar las vías suficientes para mejorar sus relaciones y tratos desiguales, que en múltiples casos conlleva a violencia. La tarea es entonces de todos(as) el momento es y ha sido siempre, ahora.

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