Juan Antonio Mazariegos G.

La ceniza, las piedras y la lava arrojadas por la erupción del Volcán de Fuego aún se acumulan en fotografías y videos, la desbordante afluencia de donaciones y ayuda a los damnificados no para y pone de manifiesto, una vez más, la enorme solidaridad de los guatemaltecos y la de muchos países amigos que prestos tienden la mano a quienes más lo necesitan después de esta y de cada tragedia natural que hemos sufrido.

Probablemente nunca llegaremos a saber cuántas vidas se perdieron bajo los millones de toneladas de material que arrojó el coloso, pero es seguro que en unos meses o el próximo año estaremos nuevamente lamentando la pérdida de vidas, discutiendo responsabilidades sobre la acción o la omisión del minuto previo a la nueva tragedia, sin percatarnos que en tanto no trabajemos en planificación, organización, documentación, cuantificación y prevención de nada servirán todos los golpes al pecho o los señalamientos tardíos que no resuelven los problemas de fondo de Guatemala.

No entiendo cómo se pretende que un País que no ha levantado un censo en más de quince años, pueda tener la menor idea de cuántas personas vivían en las faldas de un volcán y cómo organizar un plan de contingencia sin saber a cuántos o a quién aplicarlo, no comprendo cómo, conociendo cuales eran las condiciones básicas de subsistencia de esos pobladores, se pretenda que todo el mundo saliera voluntariamente de sus hogares, en una evacuación que igual nunca se produjo, cuando aún, contando muertos y heridos, recién terminada la erupción, con la ceniza y la lava encima, los noticieros transmitían imágenes de pobladores que no se iban de lo que quedaba de sus casas por temor a ser robados por delincuentes.

No es posible que en un País en donde solo el 30 por ciento de la economía es formal y paga sus impuestos, se pretenda que los mismos alcancen para dotar a toda la población de sistemas de prevención, protocolos de evacuación, unidades especiales de rescate o centros hospitalarios capacitados para atender a los graves heridos de las tragedias.

Considero que nuestra solidaridad esta desenfocada, si no invertimos anticipadamente en saber cuántos somos, en determinar en dónde y cómo vivimos, en planificar y desarrollar educación e infraestructura, en observar y en obligar al cumplimiento de la ley, si no participamos pagando nuestros impuestos, eligiendo mejores gobernantes y combatiendo tenazmente la corrupción, nuestro país es candidato garantizado a maximizar las constantes y terribles tragedias derivadas de nuestra vulnerabilidad natural y geográfica que costarán miles de vidas, millones de quetzales y heredaremos a las nuevas generaciones de guatemaltecos el dudoso honor de ser el país más solidario, pero para cuando ya ocurrió la siguiente tragedia.

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