Juan José Narciso Chúa
Muchos años han pasado desde la última vez que pude ver a Jose, justamente nos juntamos a cenar y pudimos compartir nuevamente desde que estuve en su casa, allá en New Jersey, otro montón de años atrás, resultó que en esta cena nos decíamos adiós para siempre, pero la vida con sus caminos intrincados, lo traería de nuevo a mi vida, pero de otra forma.
Jose era el hijo mayor de una familia querida allá en San Rafael. No me olvido de él cuando todavía usaba su uniforme del Instituto Enrique Gómez Carrillo, con su suéter azul, su camisa blanca y su pantalón gris, cuando junto a Gustavo El Conejo, se juntaban en la cancha de la colonia y se la pasaban toda la tarde jugando los famosos veintiunos.
Conocí a la familia de Jose, a quienes les guardo un especial cariño. Doña Susy, Don Chepito+ -a quien tuve la oportunidad de conocer hasta allá en New Jersey-, Pancho, como le decíamos cariñosamente, y las dos patojas Lorena y Lucky, mi inolvidable Piolín. Lorena, junto con la Piolín, eran infaltables en los partidos de nuestro querido equipo Cachorros, cuando jugábamos allá en el Gimnasio de la Universidad Popular y ya Jose jugaba con el equipo. Lucky se había convertido en nuestro talismán de la buena suerte, incluso una vez se cayó en las gradas de la UP, se golpeó duramente y cabal ese día perdimos el juego.
Con Pancho tengo una anécdota que no olvido. En San Rafael se corrían carreras de fondo –yo todavía no corría- y Juanito Trucupey y Maco El Peludo, eran los grandes corredores de San Rafael, mientras en la Colonia Kennedy había otro muchacho, buen corredor que entre los tres se llevaban todas las competencias. En una de ellas, Trucupey, el Peludo y el muchacho de la Kennedy, no salieron con el grupo, sino se quedaron -todavía no había buen manejo de la planificación de una carrera. En el grupo iba Pancho. Cuando salieron los buenos corredores, les resultó imposible alcanzar a Pancho y al final aquél ganó dicha carrera, contra todos los pronósticos.
Jose, dentro del básquetbol era un buen alero, tenía un buen manejo del lanzamiento de media y larga distancia, así como un manejo bueno del tablero, así que compartimos mañanas enteras jugando veintiunos y construyendo nuestra buena amistad. Cuando estudiaba en New Mexico, pude contactarlo y contarle que haríamos un viaje e inmediatamente nos invitó a su casa en New Jersey, así como fue nuestro guía en la visita a New York. Disfrutamos agradables momentos allá en su casa, compartiendo con toda la familia, fuimos a jugar básquet con Jose, Pancho y la Piolin, así como pudimos visitar una playa, que para mala suerte nuestra estaba fría a pesar del verano.
La vida nos iba a juntar otra vez, pero por otras vías. Me llamó cuando falleció mi mamá, para expresarme su solidaridad, así como pudimos platicar un rato, yo sabía que estaba con algún problema de salud, pero jamás pensé que nos iba a decir adiós tan pronto.
Al decirnos adiós, nos dejó otra enorme ausencia, ahora magnificada porque había encendido una nueva y potente luz en el sendero de vida de mi hermana, pues había trazado el camino de una nueva existencia, que hoy palpita fuertemente por su capacidad de gente y atención prodigada en ese esfuerzo, que seguramente protegerá a pesar de su duro vacío.
Adiós querido amigo, ya no te podré joder con lo del pulgar, construiste una enorme fortaleza para y con mi hermana que seguramente se mantendrá firme. Hasta siempre Chepe.