Gladys Monterroso
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“El político debe tener: amor apasionado por su causa; ética de su responsabilidad; mesura en sus actuaciones”
Max Weber
Uno de los grandes problemas de nuestro alicaído sistema, estriba en que un altísimo porcentaje de personas, que acceden por cualquiera de las vías conocidas a un cargo público, lo hacen con el ánimo de servirse del mismo, difícilmente la intención ha sido servir, la vocación de servicio en nuestra sociedad es privilegio de pocos, derivando en casi ninguno.
Vamos a una institución pública X, y la mayoría de los empleados están muy ocupados en su propio mundo, desde el o la recepcionista, hasta quien nos tiene que atender, con la proliferación de las bien llamadas redes sociales, ya que son telarañas en las que nos encontramos atrapados, cada individuo vive en su muy personal mundo, aislado de los demás, y regularmente ofendiendo a diestra y siniestra.
La mayoría de las personas que opinan (Muchos sinsentidos) se encuentran en teoría, ocupando un espacio en un centro de trabajo, pero lo que menos hacen es trabajar, se sirven del espacio público para explorar su insatisfacción personal, y no para satisfacer las necesidades de la sociedad que indirectamente le paga sus salarios, puntual y con muchos beneficios, de los que la mayoría de la población carece.
Por eso se hace cada vez más necesario, crear conciencia, de lo que la función pública significa, aunque para una gran mayoría sea solamente una forma de obtener poder, y los derivados del mismo, el objetivo final de la misma es servir a la población en general, sin distingo alguno, pero lamentablemente la meritocracia ha dado espacio a la funesta burocracia, aupada por otros males más, que hacen de la función pública un cheque en blanco para quien debe servir a los demás, y un dolor de estómago para quien necesita del servicio público.
Veamos el costo y el valor son cosas muy diferentes, no todo lo que tiene un valor tiene un costo, pero si todo lo que tiene un costo trae aparejado un valor, y ese valor se lo imprime cada quien con su quehacer diario, lo que finalmente hace una institución más o menos eficiente, dependiendo de la entrega a su labor de cada uno de sus integrantes.
La mayoría de las instituciones ya no prestan los servicios básicos directamente a la población, dejando de lado las relaciones interpersonales que surgían de contar con una persona que respondiera a las dudas de los usuarios de cada una de ellas, con la entrada de la era tecnológica, se ha perdido ese contacto, lo que hace que nos deshumanicemos, y que quien llega a ejercer la función pública, cada vez se aleje más los usuarios, y por ende los deje sin quien resuelva las más mínimas dudas, y más aún, sin solucionar conflictos mayores.
Hemos sido testigos, de cómo se utiliza el ejercicio de los cargos en las instituciones para el beneficio personal de quienes se deben a los demás, sin necesidad de llegar a la servidumbre, es de sumo necesario que los empleados y funcionarios públicos ejerzan con prontitud y eficacia su labor.
En el país, derivado de la degradación que han propiciado quienes han estado tras el escritorio, cada vez, es menos valorado el trabajo proveniente de los diversos cargos, por ejemplo ¿Confía al 100% en los maestros? No, asimismo, la desconfianza se traslada a un alto porcentaje de los empleados del Estado.
Estando así las cosas, es de suma importancia hacer énfasis en el valor, que históricamente tuvo la labor estatal, y que con el tiempo se perdió, emanado de varios tipos de corrupción, sí, porque corrupción no es solamente desvalijar las arcas estatales, existe otra forma, más sutil, pero no por ello aceptable: No realizar con esmero la labor asignada, lo que en gran escala ha dañado no solamente la percepción, también los resultados de todas y cada una de las instituciones estatales, autónomas, y semiautónomas.
Exijamos pues, el fiel cumplimiento a la labor de cada quien, iniciando por nosotros mismos, ya que uno de los elementos que nos debemos autoexigir es la coherencia, no se puede predicar sin convertirse.