Roberto Arias

Dice el doctor Cotro que Moisés describe en los versículos mencionados en artículo anterior, un estado progresivo de decaimiento de la naturaleza y de la condición humana (física, mental, moral y social), un proceso que inició en el momento mismo de la transgresión y que iría acentuándose, agravándose conforme transcurriera el tiempo.

Ni la muerte, ni los cardos y espinas, ni los dolores de parto ni el sometimiento de la mujer al hombre son obra, mandato o voluntad de Dios. Son en cambio perversiones resultantes de un nuevo orden de cosas instalado en la realidad del hombre a instancias de éste y designado por las Escrituras como pecado o mal.

El hecho de que Moisés presente a Dios como responsable directo e intencional de los clásicos pesares femeninos (“[Yo] multiplicaré”) y humanos en general no significa que lo sea. Es común entre los autores y personajes bíblicos esa fraseología reveladora del papel omnímodo que atribuían a la Deidad (ver, por ej., 1 Sam. 1:5, 19; 16:14; 2 Sam. 24:1; 1 Rey. 22:19-23; etc.).

Otro punto a ser tenido en cuenta es la mediación ideológica y cultural inherente con la que todo traductor se acerca al texto, y que inevitablemente condiciona, en mayor o menor medida su vital tarea dadora de sentido. Por esa vía, la misoginia moderna y contemporánea contribuyó en muchos casos a consagrar y a potenciar la ya presente en la cultura semítica veterotestamentaria (Cultura judaica del Antiguo Testamento).

Por ejemplo, en el caso del pasaje en cuestión, Casiodoro de Reina utiliza la expresión “tu voluntad será sujeta a tu marido” (RVR) y H. B. Pratt traduce “a tu marido estará sujeta tu voluntad” (Versión Moderna, 1893); mientras que Straubinger prefiere “te sentirás atraída por tu marido”, Bover-Cantera opta por “tu propensión te inclinará a tu marido” y la versión DHH dice “tu deseo te llevará a tu marido”. Los primeros dos ejemplos sugieren un sentido prescriptivo trascendente (mandato divino), mientras que los últimos se mueven en la línea de lo consecutivo e inmanente (inclinación humana).

El lector moderno de la Biblia, su esposo, por ejemplo, corre el mismo riesgo que los traductores: leer el texto sagrado a la luz de su propia cultura y de sus presupuestos ideológicos, incorporarlos inconscientemente y “verlos” incluso allí donde no existen.

El ideal divino para la relación matrimonial de un hombre y una mujer se halla ilustrado en la relación que Cristo desea sostener con la iglesia: “Estén sujetos los unos a los otros… como la iglesia está sujeta a Cristo” (Efe.  5:21-33).

No se trata, pues, de una sujeción unilateral, denigrante y egoísta de un sexo respecto del otro, sino de una que es mutua, reciproca, y motivada por el amor abnegado: “Como Cristo amó a la iglesia y dio su vida por ella” (vers.  25).

Esa mutua sujeción brotará espontáneamente de cada cónyuge en respuesta al amor del otro. Será como el respeto o la admiración: no pueden exigirse sino ganarse. No pueden ser una imposición sino una donación.

Sólo el varón que “ame a su esposa como a sí mismo” tiene derecho a esperar “que la esposa lo respete” (vers.  33), porque “el que quiera ser el primero, hágase servidor del otro, como el Hijo del Hombre, que no vino a ser servido sino a servir” (Mat. 20:27, 28).

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