Una decisión tan trascendente como la de desafiar a la comunidad internacional (salvo Estados Unidos) trasladando nuestra Embajada en Israel de Tel Aviv a Jerusalén, contrariando claras resoluciones de Naciones Unidas respecto a los procesos de paz entre israelíes y palestinos, no debiera ser resultado de dádivas, sobornos o regalitos que la poderosa comunidad judía pueda hacer o haber hecho a los funcionarios guatemaltecos, y por ello es importantísimo el asunto del avión en el que viajaron los Presidentes de los tres poderes del Estado y numerosa cantidad de invitados, entre diputados, religiosos, particulares y los familiares del mandatario Jimmy Morales.
Los postulados de la política exterior de un país tienen que ser de acuerdo al interés nacional y no resultado de prebendas o dádivas que pueda ofrecer otro Estado o personas vinculadas, de alguna manera, con los intereses de ese Estado. Mientras la delegación norteamericana para el traslado de su propia embajada fue reducida y también marcada por el nepotismo, al menos lo hicieron por sus propios medios, pero la delegación de Guatemala fue tan abundante que no sería extraño que alguien se haya llevado hasta al chucho, tomando en cuenta la forma en que se pudo disponer de amplio espacio para que en un enorme avión se pudieran trasladar tantos para llegar a hospedarse a un hotel donde tampoco pagaron nada porque los gastos corrieron por cuenta de algunos poderosos empresarios de origen judío obviamente beneficiados (y en mucho) por el traslado de nuestra Embajada.
Lo peor de todo es que esa jugada, la del traslado, fue diseñada como un mecanismo para ganarse la simpatía de Donald Trump, principalmente, y de manera accesoria la de Benjamín Netanyahu por lo que la Cancillería debió siquiera tener el cuidado de guardar las apariencias para no demostrar que hasta en ese asunto se trata de sacar raja.
Por supuesto que dirán que el valor del viaje en avión puesto a su servicio, los hospedajes y comidas son pequeñas cosas en comparación con lo que hemos visto en Guatemala. No se trata de los treinta millones de dólares que Pérez Molina recibió por TCQ, pero lo poquitero no quita el carácter asqueroso de cualquier acto de corrupción.
Y el desplante de la Canciller viene a confirmar lo que tantas veces se ha dicho respecto al patético estado en que se encuentra nuestro Ministerio de Relaciones Exteriores donde se diseñan las políticas que tiene que implementar la también patética Presidencia de la República, y eso explica los tumbos que ante el mundo vamos dando.