Mario Alberto Carrera
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9, 10 y 13 de mayo
En estos tres días (tres profundos desgarrones en la balbuceante ¿democracia? Del período “civil”) hemos retrocedido hasta los tremendistas días del chacal Arana Osorio, antes, en y después de su paso tenebroso por la Presidencia del país. Días en lo que Da. Eunice Lima y D. Alejandro Maldonado -desde la Dirección de Cultura y Bellas Artes y el Ministerio de ¿Educación?- adoctrinaban a artistas y escritores nacionales con miserables prebendas que estos -la mayoría lamentablemente- aceptaban para no morirse en el arroyo de una callejuela desierta o en una masacre en la Central de Trabajadores de Guatemala, cuya tumba era el Pacífico. Esto último, si no se era artista, escribiente o director de orquesta, adoctrinados, sino valeroso obrero o campesino.

En los días arriba apuntados -con luto que quedará para siempre en la memoria de la Guatemala azotada- murieron los campesinos: Luis Marroquín, de Jalapa, José Can Xol, de Alta Verapaz y Mateo Chamán Paau, de Cobán. Cometieron un nefando “delito”: ser dirigentes -en el área rural- para la búsqueda y consecución (entre otros) de los primeros seis artículos de la llamada Constitución Política de la República. Por lo mismo ¡y sobre tal base fundamental y en consecuencia institucional!, sus vidas debieron no solo ser respetadas sino protegidas, tal y como lo exige y demanda (justamente la Carta Magna) de la Autoridad llamada a respetar y a que se respete la seguridad de la ciudadanía. ¿Y si no, para qué nos sometemos a un contrato social tan exigente por un lado (para el común de los mortales), pero que no se cumple, por el otro lado (autoridad y poder) sino que flagrante es burlado por ellos?

No cabe duda de que durante los días 9, 10 y 13 de mayo resucitó el aullador fantasma del coronel Arana Osorio que asesinó en Zacapa a Otto René Castillo -Poeta Nacional- haciendo méritos ante la oligarquía encomendera de turno para que esta lo llevara a la Presidencia y desde allí ejecutara a los vivos y hasta a los muertos y para comprar -mediante doña Eunice y don Alejandro- a los escritores, artistas y teatreros del país porque de otra manera se iban “pal río”, como decía la divertida señora Lima refiriéndose al Motagua, tumba acuática de los ejecutados extrajudicialmente en los cuarteles de país.

Vuelven a mí mente traumatizada por la represión que sufrimos por casi cuarenta años -lo mejor de mi juventud desperdiciada entre tanta sangre derramada- hechos que aún no podemos perdonar ni menos olvidar: la democracia no se construye sobre el silencio, ya lo he dicho. Retornan aquellos años y aquellas horas estimulados por lo ejecutado por ¿los CIACS del Estado?, los días 9, 10 y 13 de este aciago mes de mayo de 2018. Para hacer crecer en mí conciencia, que seguimos hundidos en el pasado encomendero, explotador abusador y represivo de siempre. Y que nada ha variado.

¿Estamos, vivimos y experimentados nuevamente “La distópica Guatemala del espionaje orwelliano”, que termina con y en la eliminación física de aquellos que exigimos el cumplimiento de los Artículos 5 y 6 de la Constitución?

Luis Marroquín, José Can Xol y Mateo Chamán (dos con recios apellidos indígenas) señalan acusadores desde sus aún frescas tumbas la maldita mutación de los CIACS del Estado, estimulados por el discurso presidencial del día 2, también de este mes infausto. Está claro que sus muertes son la consecuencia de sus exigencias y demandas de clase social y económica que chocan con los intereses usureros de nuestra oligarquía y del Ejército que la protege.

Marroquín, Can Xol y Chamán están vivos en nuestra memoria histórica, que no puede ser silenciada por la ululante sombra de las fieras del trópico que habitan en el cubil del Palacio Nacional.

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