Claudia Escobar. PhD.
claudiaescobarm@alumni.harvard.edu

“Para desarraigar los problemas endémicos
que genera la corrupción,
se necesita el compromiso total
de los miembros de una sociedad.”
Bo Rothstein – The Core of Corruption

Muchos sabemos que los países nórdicos -Suecia incluida- están entre los países más desarrollados del mundo. Sus instituciones son sólidas, los ciudadanos confían en la justicia, respetan a sus políticos y a sus gobernantes. Además, están orgullosos de su historia y sus tradiciones. Y no es para menos, pues durante el siglo XIX los nórdicos lograron cambiar el rumbo de sus sistemas de gobierno. Pasaron de ser naciones altamente corruptas, a lo que son hoy en día: un ejemplo de democracia donde todos los ciudadanos respetan la ley, pagan sus impuestos y participan activamente en las decisiones de su comunidad.

Esos cambios no sucedieron de la noche a la mañana, ni ocurrieron de manera espontánea. Fueron consecuencia de la decisión de funcionarios públicos que reconocieron que la corrupción podría destruirlos como región. A principios del siglo XIX, Suecia perdió la tercera parte de su territorio en una guerra contra el Imperio Ruso; situación que algunos consideraron fue consecuencia de la corrupción. La cercanía con Rusia los ponía en una situación de mucha vulnerabilidad, si no promovían que en su territorio se respetara la ley. Así poco a poco, se fue imponiendo la legalidad como arma de defensa contra sus poderosos vecinos. Pasaron de ser un régimen patrimonialista, nepotista, donde se privilegiaba el intercambio de favores y el tráfico de influencias a ser un Estado moderno, eficiente e imparcial.

El embajador sueco Anders Kompass, es descendiente de esa estirpe de funcionarios honestos y visionarios, que fueron capaces de ver más allá de su nariz y lideraron los cambios necesarios para erradicar la corrupción. No conozco al embajador, pero su fama le precede; estoy segura que es un hombre íntegro y que tiene un interés legítimo de ayudar a nuestro país. Cuando en enero de este año, Kompass se refirió a la CICIG como la medicina que Guatemala necesita para acabar con la corrupción, lo decía con conocimiento de causa. Su propio país fue objeto de profundas reformas para lograr ser lo que es hoy.

Según los académicos Rothstein y Teorell tres factores que fueron determinantes en la transformación de Suecia fueron: a) Los cambios en las Cortes y el sistema legal; b) El reconocimiento del problema de corrupción por los principales actores políticos; y c) Una nueva ideología liberal que tuvo un impacto importante en la escena política sueca durante el período de cambio.

Tristemente en Guatemala estamos a años luz de que los actores políticos sean capaces de reconocer que en el país tenemos un serio problema de corrupción. La sola mención de la palabra corrupción ofende a los funcionarios. Para ellos es más fácil pedir la remoción del embajador antes que buscar soluciones para los graves problemas que tenemos como sociedad. Parece imposible que exista un compromiso de toda la sociedad para combatir ese mal.

Hace algunos años, tuve la oportunidad de conocer de cerca la cultura sueca y sus instituciones. La Agencia Sueca de Cooperación Internacional para el Desarrollo -ASDI- organizó un encuentro entre miembros de la sociedad civil y el sector público de América Latina para fomentar la democracia participativa; característica esencial de su sistema de gobierno. Suecia es un país admirable porque sus ciudadanos se involucran para resolver los problemas de su sociedad.

El gobierno sueco, por décadas, ha sido solidario y generoso con el pueblo guatemalteco. Guatemala podría aprender mucho del intercambio y la cooperación con ese país. Ojalá que el Presidente Morales rectifique su decisión y en lugar de aislarnos del mundo civilizado, promueva un intercambio respetuoso con un país amigo.

Artículo anteriorNo todo es basura
Artículo siguienteOtro resbalón de Jimmy