Sandra Xinico Batz
sxinicobatz@gmail.com

La noche del 26 de abril de 1998 moría a golpes Juan José Gerardi. Su muerte fue una manera de seguir imponiendo el silencio, esta vez en el contexto de la “paz”; habían pasado dos años de que ésta se firmara, han pasado veinte desde entonces y la violencia, la desigualdad, el genocidio no terminaron. Los mismos que mandaron a matar a Gerardi y exterminaron a nuestra gente con saña y premeditación, son los mismos que hoy controlan el Estado y los medios de producción, financian a los partidos políticos y manejan socialmente la información.

La relevancia que tiene conocer la verdadera historia, además de saber lo que ocurrió y las responsabilidades que esto implica, es asegurarnos de que las atrocidades, horrores, injusticias y desigualdades no sigan ocurriendo y no vuelvan a ocurrir. Comprenderíamos la dimensión de lo que ocurre y lo manipulados que estamos. No habría lugar para la culpa porque la indignación rebasaría nuestra aparente “paciencia”, que en realidad es un estado de inacción, efecto de la tanatada de engaños que no hemos justificado en nombre de la historia oficial.

Mientras que esta democracia se trate de feudos, la muerte no bastará para que la realidad cambie y la muerte no les puede seguir llegando antes que la justicia a aquellos que han provocado y planeado todos estos crímenes y delitos. Las nuevas generaciones deben crecer aprendiendo la verdad y lo que realmente ha ocurrido en estos territorios. Deben reconocer los grandes aportes que milenariamente fueron construidos por las culturas de las que descienden y también aprender a reconocer a los responsables de la miseria y de las formas en que la provocaron.

Las y los jóvenes no deben seguir memorizando lo que yo en mis tiempos “aprendí” de historia en la escuela: que Arzú fue el presidente de la paz y que a Gerardi lo mató “Baloo” el perro. Tampoco deben creerle por completo a la televisión porque hasta Jimmy Morales interpretó a Gerardi en la película que su productora produjo (así de redundante). Nadie debería creerle por completo al internet, a la radio o a nada, porque la duda es necesaria, principalmente en países colonizados como el nuestro en el que el sometimiento ideológico ha sido fundamental para que se sostenga el poder en unos cuantos.

Es necesario romper con el ciclo de consumo de información permanente, creándonos un criterio propio. Cada vez que vociferamos admiración por Arzú, por lo que simbólicamente representa un hombre blanco y criollo en un país racista como Guatemala, estamos evidenciando que en efecto los problemas de este país son estructurales porque no ha bastado que la corrupción se haga más evidente y haya pruebas de las cochinadas que estos empresarios y funcionarios han cometido, si al final se les termina admirando precisamente por ello, por lo racistas y colonizados que pueden estar hasta los más pobres.

El nacionalismo racista y amnésico se encargará de limpiar a Arzú como lo hizo con Tonatiuh y otros, por eso los pueblos no podemos callar.

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