Raúl Molina
Estamos viviendo una era de conflictividad social y política, particularmente en América Latina, en la cual inciden, uno, la miopía de las derechas, que tratan, en lo social y económico, de eliminar las conquistas sociales de la clase trabajadora para aumentar “sus ganancias”, y, en lo político, de eliminar las corrientes progresistas que puedan defender y promover los intereses de las grandes mayorías; y, dos, la creciente desesperación de las masas, cada día más empobrecidas y marginadas en todos los órdenes. Es una receta que solamente puede resultar en revoluciones violentas, ya sea que triunfen o que sean terriblemente reprimidas.
Es evidente que las clases dominantes desperdiciaron la paz derivada del fin de la “Guerra Fría”, la labor incansable de la ONU y los desarrollos científicos y tecnológicos de finales del siglo XX, movidas por su odio de clase y su codicia. Al caer el bloque socialista, las derechas se han lanzado, primeramente, a la imposición del neoliberalismo, que les respalda, en nombre de la “globalización”, adueñarse de los recursos del mundo y apropiarse de la acumulación de la riqueza. Hace más de un siglo, bajo el liberalismo original, las potencias ya se habían repartido África y Asia, lo que llevó a que la Primera Guerra Mundial se diera entre potencias de derecha de un lado y del otro. La Segunda Guerra Mundial fue una consecuencia del primer conflicto y enfrentó, sustancialmente, al capitalismo liberal del occidente con el capitalismo fascista del eje. Hoy se escuchan los tambores de guerra entre el neoliberalismo occidental y un neoliberalismo “a la rusa”, metiéndose en el baile, cual elefante en cristalería, el populismo fascista y proteccionista de Trump. Esta situación ha desatado a las derechas por todas partes, que ahora, sin vergüenza alguna, se pueden poner el traje fascista, nazista o racista o quedar al desnudo como enormes corruptos, como en los casos de Macri, Temer y Jimmy.
La conflictividad de Guatemala refleja esta situación, con la ciudadanía hastiada del “payasismo” y la corrupción e indignada con la prepotencia del Pacto de los Corruptos. No ha caído el sistema porque desde Washington se le da respiración artificial. La sorpresiva crisis de Nicaragua, en donde las masas manifiestan que tampoco los gobiernos que se dicen de izquierda trabajan necesariamente por ellos, ha abierto la puerta para que ahora Trump trate de expulsar al ala sandinista en el gobierno de ese país. Como consecuencia, tendría que aceptar que ante la corrupción y desgobierno de Jimmy, las y los guatemaltecos lo expulsemos del puesto y transformemos la situación nacional. En Nicaragua, ante el peligro de la intervención gringa, las masas buscarán el diálogo con el gobierno y las fuerzas vivas, en vez de derrocar al gobierno y sufrir a un títere de Estados Unidos. En Guatemala no hay diálogo posible con el gobierno, porque éste cerró con sus actos cualquier avance social o político. En ambos casos, hay que exigirle a Trump que no se meta: en Nicaragua para que se busque una solución propia; en Guatemala para que deje de sostener a Jimmy Morales y la “dictadura de la corrupción”.