Juan Jacobo Muñoz Lemus

Si tuviera que escoger entre ser miedoso, exhibicionista o perfeccionista, caería en una trampa; tengo de los tres. Digamos que a veces soy más fóbico, otras más histérico y en ocasiones obsesivo. Aunque se tienda más a algo, no hay formas únicas de ser. No se puede ser siempre un pozo de ciencia, ni tampoco un pozo ciego todo el tiempo; pero si se puede ser de los dos.

Aunque estoy hablando de cosas inconscientes, podría parafrasear el postulado kantiano de que las categorías puras no tienen significado en la lógica trascendental. Yo no tengo nada contra la lógica, pero me gustaría que cuando se apele a ella, se intente ser lógico.

Volviendo al tema original, puedo entender que el miedo puede ser precavido, que no es malo recibir con agrado el reconocimiento y, que la diligencia es deseable. Pero también que es fácil que cualquiera de ellos sufra una hipertrofia y que cuando eso pasa hay que preguntarse: ¿De qué huye esa persona?, ¿qué intenta evitar, a qué renuncia y por qué tolera esa carga?

Se ha postulado que la neurosis, como fenómeno inconsciente, es una desproporción que se usa para oponerse a algo tentador y peligroso. Es una defensa inapropiada porque huyendo de algo sin encararlo, se vuelve un síntoma de sufrimiento consciente.

El miedoso sufre el mundo, se proyecta en él y lo vuelve su enemigo; con ideas sobrevaloradas y él como única referencia universal, no tarda en vivir su paranoia. El exhibicionista se concentra en él y en su cuerpo y en cómo se ve ante los demás; con intensa necesidad de no pasar desapercibido, no le queda sino el sufrimiento histérico del cuerpo como en la hipocondría y la somatización. Y el perfeccionista, se entrega al sufrimiento de pensar y en la alteración del pensamiento como una obsesión, es rígido, inflexible y por eso se atora, hasta que un día se desborda.

Fobia, histeria y obsesión no se refieren al elemento inconsciente que se reprime, sino a la defensa para evitarlo. Por eso muchas veces escuchamos que algo funciona como una defensa neurótica, y es cuando hablamos de conductas impulsivas, repetitivas e ilógicas. No importa el precio sintomático que haya que pagar, algo inconsciente se está evitando.

Como humanos nos defendemos con la lógica creyendo que con eso nos basta; pero las explicaciones no son la explicación y tener razones no es tener razón. Y aunque es obvio que, en cualquier conflicto, toda la gente tiene un poquito de razón, atendiendo esa parte, descuida la parte en la que no tiene razón.

Las cosas no pueden salir como uno quiere, y tampoco podrían salir antes de tiempo, aunque se intente. Nada sucede antes ni después, porque nadie tiene el control del universo. En un caso neurótico se desatiende el postulado anterior, priva el egocentrismo y la intolerancia, y se pierde la comunicación serena con las personas y con el cosmos.

Una persona que lo exagera todo y que solo sabe quejarse y pelear; no es versátil, es torpe. Aferrados a la rigidez y el control como perros guardianes, podemos ser venenosos y sacrificar la inteligencia. Y ciegos a nuestros propios conflictos explotar hacia afuera en verdaderos dramas de pulsión neurótica. Les pasa mucho a los moralistas, de hecho, la moral puede ser fácilmente una defensa neurótica que acusa y que acosa.

Decimos frecuentemente que debemos superar cosas, pero ¿qué significa eso? Tal vez llevarlo a un nivel superior, quizá la palabra sea sublimar y renunciar al egocentrismo. Cuando uno ya no es el tema, se integra en el tema universal trascendentalmente. Lo primero debería ser reconocer que todos tenemos inercias naturales y mandatos inconscientes. No es de hacer o dejar de hacer, es algo de tener conciencia y tener a la vista los propios miedos, fantasmas o demonios, para que no nos asalten por la espalda.

Una mujer joven y sufriente me contó un sueño que tuvo. Soñó con un perico enjaulado, desnutrido y deshidratado; y en el sueño ella lo ayudaba a sobrevivir con pequeños sorbos de agua. En su opinión el perico era ella, y no digo que no. Los pericos se reconocen porque hablan y en el sueño ella le daba de beber a uno que estaba enjaulado y moribundo. Tal vez el sueño era una pista que le enviaba su alma, o tal vez el perico era su alma, que necesitaba de su ayuda para decirle lo que ella no sabía de sí misma.

Atender el alma es como ser un peregrino, que se atreve a viajar por tierras extrañas y difíciles, solo para visitar un lugar sagrado.

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