Alfonso Mata

Qué tiene y cómo se desarrolla nuestro hacer político, es fundamental para entender nuestro agonizante intento de democracia que obstruye el porvenir de mejores condiciones de vida a muchos.

Vale bien la pena comenzar por entender cómo funciona nuestra manera de comportarnos y lo que esta trata de fomentar. En mi opinión, nuestro comportarse político se centra en prerrogativas antiguas y nuevas, que propician una organización social desequilibrante obligando a un comportamiento oportunista, lleno de inequidades y a través de un mal uso de recursos colectivos, que frenan e impiden beneficios para los más necesitados. ¿Por qué se da esa situación? fundamentalmente porque dejamos y propiciamos que se produzca una separación de la teoría del Estado –claramente establecida en la Constitución de la República– de una práctica justa y equitativa de cumplimiento de lo normado. Entonces, la acción humana se centra en violentar los mandatos exigidos por los marcos teóricos constitucionales y morales, con un actuar libertino de parte ciudadana y política. Como consecuencia de ese rompimiento entre los aspectos mandatarios y la ética, el ejercicio político deja de apuntar hacia el mismo fin y entonces el espíritu del político se encamina a ejercitarse primero y segundo en su bienestar, dejando en un tercer plano, el de gran parte de la sociedad que representa. Por lo tanto, el grueso de nuestros políticos no piensa ni viven y quieren realizar el “bien común”.

Es pues evidente, que más que problemas de marcos teóricos y conceptuales, nos enfrentamos a problemas de definición de actuación política. Estado y Sociedad Guatemalteca cargamos con una historia moral, que en la mayoría de ciudadanos y políticos descansa en una moral cristiana, que individual y socialmente en nuestro medio, no produce ni nos conduce a una práctica fundamentada en “no hacer a los demás lo que no quiero que hagan conmigo”. Los guatemaltecos en nuestro vivir diario a cualquier edad –fruto de nuestra experiencia cotidiana– no logramos enlazar y hacer clic la buena voluntad que posiblemente todos o al menos la mayoría tenemos y deseamos, con su práctica, lo que exige de poder y de libertad, que es precisamente lo que el sistema veda. Sin un mínimo dispensador de parte del Estado hacia la sociedad para el desarrollo del bien y minimización del mal, basados en justicia, poder y libertad, el ejercicio de la responsabilidad moral, resulta sencillamente una utopía. Se necesita no solo fomentar, sino hacer vivir una “moral del deber”, de la cual el espacio social guatemalteco carece en estos momentos y entonces las relatividades (injusticias, falta de oportunidades, falta de poder y accionar) que mueven nuestro accionar, está siendo comandado por la búsqueda de privilegios y otros motivos humanos, que ponderan como lo más alto el “empoderamiento material” a cualquier precio y costo, incluso la propia moral. Conceptos, ideas, intelecto y acciones, son puestas a favor no solo de conseguir sino de acaparar.

Tenemos pues una moral amenazada por una fe en la ambición desmedida y un relativismo poderosamente material y de justicia, centrado en una individualidad destructiva de lo social, que es favorecida por una ejecución política, amenazada por una completa omisión o falta de importancia hacia lo social. Ese comportamiento político y social, vuelve la Constitución y las doctrinas éticas (lo que incluye las religiones) débiles para el cumplimiento de sus imperativos por el político y el ciudadano. Por consiguiente, se derrumba el basamento para el desarrollo social. El Estado guatemalteco se construyó sobre ruinas morales, pero lo más trágico es que aún vive sobre las mismas.

Al marco de las situaciones de injusticias e incumplimientos generados por nuestros comportamientos individuales y sociales, se suma y consuma una profunda crisis financiera, producto de incumplimientos que facilitan una ejecución política de privilegios, estructurándose así la imposibilidad de generar desarrollo humano y una degradación creciente de los grupos humanos y de los programas y servicios desarrollados por el Estado, fortaleciendo la repetición de la macrofagia, que frena las posibilidades del desarrollo nacional y del propio Estado, que caen abrumados por la acumulación de tareas inconclusas y la aglomeración de demandas poblacionales insatisfechas, creando un colapso para la consolidación de una sociedad libre. Moral social y moral política se conjugan en el mantenimiento de la situación política caótica.

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