Edgar Villanueva

Recientemente tomé la lectura del nuevo libro del Premio Nobel de la Literatura, Mario Vargas Llosa, el Llamado de la Tribu, una obra tan interesante como fascinante y muy amena de leer. En la misma, Vargas Llosa hace un recorrido personal por varios autores, incluidos Adam Smith, Ortega y Gasset y Karl Popper y como su contacto con sus obras literarias lo llevó de su socialismo sartreriano inicial al liberalismo que todos le conocemos.

En las partes iniciales de su obra, Vargas Llosa hace referencia al comportamiento de la tribu y como su composición social la convertía en un lugar cómodo donde vivir, con un jefe omnisapiente que controlaba el destino colectivo y donde cada individuo jugaba un rol definido con el probablemente nacía y moría.

Me parece interesante el comportamiento de la tribu que Vargas Llosa describe, porque, si interpreto correctamente su apreciación de dicho grupo social, nuestra Guatemala tiene infinitas características de tribu. Y me resulta lamentable pensar que nuestra constante búsqueda de un líder omnisapiente nos coloca todavía más atrás en la evolución societaria. Somos, en algunas cosas, más primitivos que la tribu.

Una de las características tribales que conservamos, es nuestra necesidad de buscar comodidad en la homogeneidad de la tribu. Recurrimos con frecuencia al señalamiento de aquellos que no piensan igual que nosotros o que ven ciertos elementos con los que no están de acuerdo. Asimismo, a los que tienen propuesta los condenamos más por ilusos o porque nuestro propio miedo a lo diferente nos controla.

El problema más grande no es el miedo, porque este se supera abriendo la mente y dialogando y los tiempos que vivimos nos están obligando a escucharnos. Lo peligroso del comportamiento de la tribu es su susceptibilidad al canto de sirenas. Esa búsqueda del líder que nos proteja y nos diga que hacer nos hace caer en tentaciones y en la creación de soluciones temporales, usualmente basadas en nuestra creencia que existe un superhombre, un ungido que nos puede sacar adelante.

Nuestro país será tan fuerte como sean sus instituciones y no sus líderes. Cuidémonos de aquellos que en estos tiempos ofrecen su «entendimiento de la situación» y de los que dicen tener la fórmula. Confiemos en aquellos que quieren construir instituciones sólidas y duraderas y que están dispuestos a pasar momentos duros y ser criticados para lograrlo. No nos guiemos por los cantos de sirenas, ni por el llamado de la tribu. Aprendamos del pasado y construyamos instituciones para el futuro.

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