Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt
Siempre he sostenido que en Guatemala existe un profundo racismo que subyace en la vida cotidiana, pero nos empeñamos en ocultarlo y actuar en forma políticamente correcta, pero sin abandonar los prejuicios y desprecios hacia la población indígena. De hecho, la llamada clase dominante que es formada por quienes deciden sobre la política, la economía y la cultura de Guatemala, tiene una visión sesgada por el desprecio que se tiene hacia los pobladores originarios de este país. Ciertamente no es común leer algo tan grosero como lo que publicó Martín Banús el pasado martes y que ha desatado una oleada de indignadas reacciones, pero esas ideas no son una expresión aislada y resulta hipócrita suponerlo.
Cuando se leen viejos escritos de personas que luego rectificaron su punto de vista, entre ellos Miguel Ángel Asturias y mi abuelo, Clemente Marroquín Rojas, uno entiende que a principios del siglo pasado era una corriente generalizada que despreciaba al indígena y que, además, lo consideraba culpable del atraso del país. Era lo que se aprendía desde la cuna entre quienes por considerarse ladinos se sentían también superiores y se negaban a aceptar, como lo hace Martín, la causalidad existente entre la explotación histórica y las condiciones que se le han impuesto a un pueblo que tiene una cultura ancestral que la sociedad ha querido apachar, negar o aplastar porque no coincide con la visión de que únicamente vale socialmente el que hace pisto.
Ni siquiera comento la insensatez de quienes la emprenden contra La Hora por haber publicado ese artículo, porque el principio de la libre expresión es fundamental. Pero sí vale la pena comentar que muchos que ahora se muestran indignados y acaso sorprendidos saben que así piensa una buena parte de la población minoritaria de Guatemala que trata, sin mucho éxito, de ocultar su racismo para no sonar discordante, pero que en el fondo desprecia a los indígenas y cree que la ignorancia es una vocación de una raza que dio muestras de su enorme riqueza cultural.
Por supuesto que hay racismo en el país, pero el mismo no será nunca superado si lo ocultamos y negamos. En ese sentido creo que Martín Banús ha abierto un tema de debate que debemos abordar con seriedad y sin hipocresía, mostrándonos sorprendidos porque alguien diga tamaña barbaridad como si fuera una opinión venida de otro planeta o la opinión de un individuo sin raíces ni sustento en el comportamiento de la sociedad.
Aquí le rendimos pleitesía al que hace dinero, no importa cómo, y por eso el ladrón que se vuelve millonario con la corrupción se convierte en personaje al que se le guardan todas las consideraciones. Y como no se quiere aceptar la existencia de un sistema de injusticia que explota al indígena ni que sistemáticamente se le ha negado el acceso a la educación y a los medios de producción, resulta más fácil y cómodo culparlo de su pobreza. Hay una calcomanía en la que se lee: “Yo lucho contra la pobreza, yo trabajo”, implicando que el pobre es pobre por haragán y no por marginación y exclusión que hace la sociedad.
No seamos hipócritas mostrándonos sorprendidos por lo que dijo Banús. Eso lo piensan y dicen privadamente muchos en el país y todos lo sabemos, pero preferimos no hablar del tema para no parecer tan racistas como somos.