Luis Enrique Pérez

En los cuatro evangelios del Nuevo Testamento encuentro discursos de Jesús que, explícita o implícitamente, sugieren principios de conducta que pueden ser adoptados en el acontecer ordinario de la vida, independientemente de cualquier creencia religiosa. Son principios simples, en los cuales se complace el sentido común. Aludo a ese mismo sentido común que Descartes denominaba “buen sentido”, del cual predicaba que era “la cosa más compartida del mundo”.

Los discursos han sido tomados de la versión del Nuevo Testamento que brindó Casiodoro de Reina en el año 1569, revisada por Cipriano de Valera, en el año 1602. La versión de Reina y Valera fue revisada en los años 1862, 1909 y 1960. He aquí algunos de los discursos de Jesús, y el principio de conducta que, creo yo, contiene cada uno, de manera explícita o implícita. Cada principio es producto de mi propia interpretación, la cual, por supuesto, puede ser errónea.

Discurso de Jesús: “Ponte de acuerdo con tu adversario pronto, entre tanto que estás con él en el camino, no sea que el adversario te entregue al juez, y el juez al alguacil, y seas echado en la cárcel.” Principio: es mejor no tener enemigos, que tenerlos. Corolario: quien tiene enemigos, debe tratar de reconciliarse con ellos. Por supuesto, puede ser inevitable tener enemigos; pero podría ser mejor no tenerlos. También, por supuesto, puede ser imposible la reconciliación; pero podría ser mejor que fuera posible.

Discurso de Jesús: “Cuando, pues, des limosna, no hagas tocar trompeta delante de ti, como hacen los hipócritas… para ser alabados por los hombres… Mas cuando tú des limosna, no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha, para que sea tu limosna en secreto…” Principio: tiene valor moral el acto que se ejecuta por deber puro, y no por obtener la aprobación del prójimo. Corolario: debe discernirse entre moralidad y utilidad de los actos del ser humano. Un acto, aunque sea muy útil para quien lo ejecuta, o para lo sociedad, no necesariamente es acto moral.

Discurso de Jesús: “No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que medís, os será medido.” Principio: quien juzga reprobatoriamente debe tener autoridad moral para juzgar. Jesús, creo yo, no pretendía que un ser humano nunca juzgara reprobatoriamente a otro, sino que exigía tener autoridad moral para ese juzgar. Por ejemplo, un ladrón no tiene autoridad moral para juzgar reprobatoriamente a otro ladrón. Empero, quien es honrado tiene esa autoridad. Cuando escribas y fariseos perversamente intentaban que Jesús consintiera en apedrear a una mujer adúltera, como lo mandaba la ley de Moisés, él les advirtió: “El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella.” En este caso Jesús también exigía autoridad moral; pero no ya solo para juzgar reprobatoriamente, sino para castigar, es decir, quien pretendía castigar no debía ser él mismo merecedor de castigo.

Discurso de Jesús: “Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella…” Principio: lo mejor no necesariamente es lo más fácil, ni lo más fácil es necesariamente lo mejor. Por ejemplo, la vida no sometida a normas morales puede ser más fácil que la vida sometida a esas normas; pero no necesariamente es la mejor vida. Hasta puede ser la peor.

Discurso de Jesús: “¿Por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo? ¿O cómo puedes decir a tu hermano: Hermano, déjame sacar la paja que está en tu ojo, no mirando tú la viga que está en el ojo tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja que está en el ojo de tu hermano.” Principio: antes de tener la pretensión de corregir los errores del prójimo deben ser reconocidos los propios errores y ser corregidos, y no ignorados hipócritamente.

Post scriptum. “…Ni echéis vuestras perlas delante de los cerdos, no sea que las pisoteen, y se vuelvan y os despedacen.” Principio: puede haber tanta generosidad en dar, como estupidez en recibir. Corolario: hay que saber qué dar, y a quién dar.

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