Pedro Pablo Marroquín Pérez
pmarroquin@lahora.com.gt
@ppmp82

He tenido conversaciones con distintas personas en el sentido de que si queremos construir una Guatemala diferente debemos atinar a no cometer los errores del pasado, y tenemos la harta obligación de entender que todo este proceso de aceptación de la realidad que debemos asumir, no puede ser uno a medias y lleno de falsedades.

Álvaro Arzú, Jimmy Morales, Erick Melgar Padilla son algunas de las cabezas visibles de un movimiento que niega los vicios de nuestro sistema, la corrupción rampante y la captura de un Estado que ha terminado atado a la Dictadura de la Corrupción haciendo la labor de los honrados imposible. Los funcionarios honrados debieran ser los primeros interesados en abordar esta realidad en lugar de querer negarla o solaparla.

Si a la gente no le gusta el término de Estado Capturado está bien que no lo use, pero lo que no podemos hacer es escudar una realidad por la terminología, en otras palabras, no podemos negar que el nuestro ha sido un Estado que se ha desvirtuado, que no ha podido cumplir sus funciones básicas porque ha sido puesto al entero servicio de intereses personales e influencias que se logran a través de diferentes maneras, principalmente, a través del financiamiento electoral.

No podemos negar que hay falta de certeza jurídica, pero no solo porque se revierte una licencia otorgada, sino porque para obtener esa misma licencia hay que pasar por un calvario de influencias y actos de corrupción en virtud que las cosas no funcionan con base en la ley nacional sino con base en las reglas de los sinvergüenzas de turno (que los ha habido en todos los gobiernos “democráticos”).

Nunca podremos cambiar una realidad ocultándola ni muchos menos negándola y siempre he creído que el proceso de transformación del Estado ha sido detenido por el temor que genera el avance de las investigaciones y la aplicación de la ley y por eso siempre he visto la Ley de Aceptación de Cargos como una alternativa para aligerar las penas.

Siempre he pensado que debemos tener la capacidad de valorar los esfuerzos de quienes estén dispuestos a reconocer sus errores y a asumir compromisos inequívocos que permitan mostrar cambios de patrones, que por vez primera, nos permitan pensar en que juntos podremos avanzar la tan necesaria Reforma Integral del Estado.

Lo que sucede es que todo este proceso de aceptación, reconstrucción y futuro no puede ser como el de que aquel que amanece con una cruda espantosa y dice “nunca vuelvo a tomar”, pero una vez pasados los efectos de la resaca se empieza a alistar para ir a pedir el primer trago del día y con eso seguir la fiesta.

La Guatemala del futuro necesita de todos aquellos que estén dispuestos a poner su grano de arena por doloroso que pueda ser el proceso, pero lo que no podemos admitir son dobles discursos, dobles agendas y falsedades que pretenderán dar una noción distinta a la realidad y por eso el compromiso con una agenda de mínimos es vital y no solo para determinarla pues es clave cumplirla para poder seguir, como se dice en la venta de lotería, “construyendo confianza cachito a cachito”.

Por lo tanto, bien harían muchas voces en alzarse en contra de los últimos intentos de las mafias por derrumbar todo y escapar de la justicia y con eso me refiero a la movida de Fernando Linares Beltranena para que el Congreso de la Infamia controle los antejuicios y pueda remover a la Fiscal, magistrados de CC y al PDH.

Ahora, más que nunca antes en la historia, es el momento de aplicar lo que dice el Líder de la Mafia: “obras y no palabras” si de verdad deseamos una Guatemala mejor.

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