Alfonso Mata

Interpretar políticas foráneas no es mi fuerte, pero hay hechos que agitan la mente. Levantar murallas ha sido una costumbre tan vieja como la guerra, la pregunta es ¿para qué? La respuesta que nos ha dado la experiencia histórica es: no funcionan. Lo correcto es superar la razón del aluvión que origina tal determinación y esto, a mi entender, es lo que no interesa solucionar. A nadie le preocupa realmente lo que sucede al otro lado, aunque su imaginación y el acoso de mucha publicidad pinta a los habitantes del otro lado como “aterradores”. Lo que sucede en el mundo actual es que estamos ante algo no sólido ni compacto social y políticamente. Dentro y fuera de los muros: la distribución y el desarrollo económico y social, prácticamente está en pocas manos en las diversas culturas (chinos, europeos, americanos) que “se tragan pero no se digieren”. Por su parte, el nervio de la inteligencia se ha desperdigado al igual que el de las profesiones, por todos los estratos sociales, chocando constantemente.

Ante la desintegración actual del trabajo, la lucha obliga a los grandes “acaparadores” a buscar algo nuevo para invertir sus enormes riquezas: la guerra y las luchas sociales entre grupos, dentro y entre naciones, son de lo más rentable; el temor a la muerte y la enfermedad es otro tema de gran inversión, y los controles de las fuentes de energía no quedan a la zaga. Todos ellos marcan el desarrollo actual de las finanzas, mientras la unidad de moneda que regula el tráfico comercial, va debilitándose, frente a usos y costumbres que se van haciendo más iguales y en ese mundo de hechos que se suceden a diario, tanto en los instalados en los confines de los grandes imperios como en el centro de ellos, hombres y mujeres, se van alejando cada vez más de un sentido “humano” Y ante eso, las religiones en muchos lugares son dictadas por “razón de estado” pero en todas partes éstas, logran fundarse necesariamente en una mayoría no “creyente y practicante”. El resultado de todo ello, son multitudes indiferentes a los problemas políticos, sociales y religiosos. La unidad espiritual está rota dentro y fuera de las murallas.

Tampoco canta bien las rancheras, el vasto sistema militar y administrativo del mundo, que ha desaparecido en cuanto a su “concentración” y control político y dentro de eso, la voluntad popular cada vez tiene menos que ver con todo ello y si la ambición por el poder y el control. Estamos viendo aquí y allá, a donde dirijamos la mirada, un centralismo aberrante que vive su apogeo en medio de excesos y violencia.

Las finanzas públicas, en la actualidad se confunden cada vez más con las personales. Y dentro de la justicia, la palabra de los capitales, es la ley y los hombres a mando del Estado, son cada vez más de “gabinete” que han perdido contacto con la realidad de las instituciones y los ciudadanos, dedicándose cada vez con mayor tesón por amasar y corromper, que por dirigir cambios favorables a la mayoría.

Ante un mapa mental de tal naturaleza, la pregunta vuelve de nuevo ¿para qué sirve el muro? De vigilancia y defensa, margen de seguridad ¿de qué? Esclerosis de un imperio que fenece. En ese mapa de comportamiento político, jurídico y social, la nación, el consorcio de naciones, no puede considerarse uno e indivisible, pero de hecho, esos componentes llevan vidas independientes. Solo tienen en común, el inmenso muro que aísla los sucesos de barbarie que suceden en cada uno de ellos, con sus necesidades tácticas y estratégicas para aprovecharse los unos de los otros; cada uno con sus vallas de vigilancia y defensa fundamentada en la trampa, el engaño y la traición, que garantiza desgaste de lo humano por el avance a codazos. En ese mapa existencial, cada uno trata de hacer saltar en pedazos los muros, en medio de una sociedad con un estado de ánimo, que cada día desnaturaliza lo humano, que ya no puede fiarse en las virtudes. Así pues, la separación de lo político, lo ciudadano, lo social y lo justo, impuesta por acontecimientos, ha derrumbado cualquier muro.

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