Por FRANKLIN BRICEÑO
HUALLHUA / Agencia AP
Tres campesinos que detuvieron el avance de un batallón de Sendero Luminoso que buscaba arrasar a más de cien habitantes en 1990 fueron enterrados por segunda vez en su aldea ubicada en el corazón de los Andes, 24 años después de su muerte.
El caso se asemeja al de cientos de choques sangrientos no registrados en la historia oficial de Perú ocurridos en alejados poblados de los Andes y la Amazonía donde héroes locales murieron tras enfrentamientos con los rebeldes, dijeron expertos consultados por la AP.
La fiscalía entregó las osamentas de 80 víctimas del conflicto armado interno en Perú, entre ellas las de Néstor Curo, Félix Huamán y Narcizo Cusiche, tres aldeanos licenciados del Ejército y miembros del comité de autodefensa que había surgido un lustro antes para proteger a la población de los ataques rebeldes.
Los familiares recogieron las ropas y huesos de los héroes en la lejana capital regional llamada Huamanga, adonde llegaron tras viajar doce horas en un minibús por un tosco camino lleno de huecos al borde de un abismo pegado al río Mantaro.
En 2013 los tres fueron exhumados por los miembros del Equipo Forense Especializado de Perú, quienes desde 2006 han recuperado 2 mil 925 restos humanos de los 15 mil desaparecidos que dejó la guerra de Sendero Luminoso y las fuerzas de seguridad entre 1980 y 2000.
Curo, Huamán y Cusiche habían sido enterrados horas después de sus asesinatos el 14 de junio de 1990 para que los perros vagabundos no los devoren tras sus asesinatos. Resistieron a Sendero, que exterminó a numerosos pueblos de la región cuyos habitantes no comulgaban con sus ideas, armados de piedras y lograron que la población escapase. Ahora la aldea, ubicada en el distrito de Ayahuanco, tiene unos 400 habitantes.
Los héroes fueron velados la última semana en una fría noche de los Andes, a más de 3 mil 900 metros de altitud, en sus casas de adobe con techos de zinc y paja brava, mientras los vecinos llegaban con velas de cera que colocaban junto a los ataúdes.
Algunos niños como Pamela Crisóstomo, de 4 años, dijeron que contemplaron por primera vez a un muerto. Su tío Néstor Curo era un conjunto de huesos arropados con el suéter azul que vestía cuando los rebeldes le cortaron el cuello y destrozaron el cráneo a pedradas, al igual que a Huamán y Cusiche, según la fiscalía.
Tras el modesto velorio los muertos fueron enterrados por la mañana en el cementerio local, ubicado en una colina detrás de una base militar creada para perseguir a los últimos batallones de los rebeldes que aún siguen activos en cercanas zonas boscosas.
Ocho soldados armados con fusiles galil vigilaron en silencio el funeral y se acercaron a observar las osamentas cuando Víctor Crisóstomo, uno de los familiares de los difuntos, abrió las tapas de los ataúdes para que los familiares «se despidan de los difuntos».
«Ahora van a descansar tranquilos, es su segundo entierro», dijo Crisóstomo.