Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt

La residencia es una de las etapas más románticas de la práctica de la medicina puesto que luego de años de estudio cursando una de las carreras más demandantes en las que no basta quemarse las pestañas estudiando sino que, además, hay que rotar por los diferentes servicios de los hospitales públicos realizando internados en cada especialización, significa para los médicos recién graduados el inicio de su definitiva formación para dedicarse a la rama de la medicina que más les atrae. Mi experiencia como padre de un médico me permitió ver la entrega y dedicación que ponen la mayoría de los que estudian medicina para formarse lo mejor a fin de salvar vidas.

Por ello entiendo perfectamente lo que sufren los médicos residentes del hospital San Juan de Dios cuando por falta de insumos se les muere un paciente. Por la cercanía que hay de las oficinas de La Hora con el hospital, decenas de veces se recibió la visita de jóvenes profesionales que buscaban con verdadera angustia hacer la denuncia de las condiciones en que se les obligaba a trabajar y cómo era imposible que pudieran dar un buen servicio a los pacientes porque para las autoridades hospitalarias y del ministerio de Salud Pública, lo que importa es el negocio, donde puedan robar en la compra de medicinas o en la contratación de personal fantasma, pero jamás piensan en el paciente y mucho menos en esa desesperación del médico entre cuyas manos se escurre la vida de un enfermo simplemente porque no se les proporcionan todos los elementos necesarios para hacer su trabajo.
Reconozco que seguramente en La Hora hemos tenido una tendencia muy fuerte para criticar los negocios en la compra de medicinas y en todo lo que tiene que ver con la salud pública, puesto que sabemos que las consecuencias del latrocinio en ese caso son irreparables y se pagan con la vida de los enfermos. Yo he visto en mi oficina a varios residentes que no pueden contener las lágrimas cuando relatan los cuadros en los que se han visto y su dolor al ver la muerte que no tenía que producirse, que fácilmente se hubiera evitado si los dotan adecuadamente.

Los médicos tienen que acostumbrarse a vivir con el dolor ajeno porque es el campo en el que desarrollan su vida diaria. Pero una cosa es ver que un paciente muere después de haber recibido la mejor atención y que las complicaciones o la gravedad del mal que padecen termina con su vida y otra muy diferente es ver que alguien que podría salir vivito y coleando del nosocomio termina saliendo en un ataúd porque no hubo recursos o medicinas para curarlo.

Lo peor de todo es que muchas veces los causantes del mal son también médicos que llegan al Ministerio de Salud Pública únicamente a robar y a quienes ya no les importa para nada la vida de los enfermos. De esos galenos los residentes hablan pestes porque los hacen sufrir lo indecible. No hay nada peor que saber que uno puede salvar la vida de alguien y verse imposibilitado de hacerlo por carencias materiales. Por eso, ojalá el Presidente oiga a los residentes y las autoridades metan presos a los ladrones.

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