René Leiva
Lumen Culebro, Ataúlfo, nunca pudo o no quiso poner los pies en la tierra porque su elemento era el aire. Además, sentía que el mundo giraba demasiado rápido para él.
Luperón, Javier, enterose de la existencia de este Diccionario Biográfico, donde él también figura, por una nota marginal aparecida en la revista madrileña “Gnomon”. Dudaba que una nómina así llenase vacíos o supliera faltas; que tales microsemblanzas eran apenas rasguño fugaz a la pátina de la amnesia; luciérnagas en la oscuridad espesa; trinos de gorrión en el mundanal ruido; cuitas románticas y anacrónicas en la trampa cruzada de la electrónica; sucesión de sorbos con restos de vida, sin savia, hojarasca; y además juicios más o menos cursis, cargados de injustificado, sospechoso rencor.
Lupus, Jean Francois, hijo de la Caperucita Roja y el lobo feroz, bisnieto de la abuelita, conocido como el Hombre Lobo, fue en realidad un honrado leñador y guardabosque en Cevennes, más bien lampiño y de agradable presencia. Su relación con la Luna fue como la de cualquier terrícola.
Lux Barrioviejo, Altagracia, obtuvo un doctorado en geografía y cartografía de América, historia y sociología comparada, antropología, geología y ecología de dicho continente, lo cual le permitió asegurar que todos sus habitantes, de Alaska a la Patagonia, son americanos, que no existe ningún país llamado América ni mucho menos, aún, una unión americana ni embajada tal en parte alguna. No obstante, su indudable autoridad intelectual y ética en tal materia siempre fue ignorada o subestimada por los propios americanos del Norte, Centro, Sur, islas e islotes.
Lux Maas, Bartolomé, con año y medio de edad fue arrebatado de los brazos de su madre a quien violaron los mismos soldados kaibiles de glorioso ejército guatemalteco, arrojado vivo a un pozo con otros 36 niños campesinos señalados de subversivos marxistas-leninistas. El llanto de Bartolomé y compañeros, acallado por piedras y tierra, se disipó en el crepitar de la selva. Raíz, después semilla.
Lúxor, Eneas, aficionado a la osteomancia y la teluromancia, el encuentro fortuito de un hueso ilíaco y un fémur semienterrados en las proximidades de una cueva megalítica en Antequera, España, luego de estudios y técnicas adivinatorias que no quiso revelar, llegó a la conclusión de que en vida el nombre de la mujer a quien pertenecían dichos huesos semifósiles de 300 mil años de antigüedad era “Olga Leticia”.
Lykon, Anselmo, acudía tres veces diarias donde el odontólogo para que le cepillara los dientes y le diera una palmada en la espalda.
Lypias de Queronea, embriagado de los misterios del tiempo, decíase del futuro perdido, del pasado vigilante, del presente fugitivo.
Lytton-Thomas, Cordelia, secretaria y confidente por 52 años de lord Randall-Sanders, famoso y opulento solterón del Londres victoriano, quien al morir le legó, por todo, unos guantes de cabritilla, una alfombra persa y un ganso disecado.
Lyxiónides el Apático, a su cansino paso por umbríos bosques de Tarento los olmos le daban peras sin él pedirlas.