Adolfo Mazariegos

El lunes de la semana recién pasada realicé en este mismo espacio una suerte de breve reflexión con respecto al tema del desarrollo humano en Guatemala, y de cómo, después de dos años de haber leído un preocupante y vergonzoso informe publicado por PNUD en el que se situaba a Guatemala en penúltimo lugar del grupo de países incluidos en el estudio objeto del informe, las cosas parecían haber cambiado muy poco, o incluso nada. En todo caso, quizá podría decirse que se experimentó un retroceso que no deja de ser lamentable y alarmante, por todo lo que implica y por las nefastas consecuencias que puede traer de cara al futuro. Coincidentemente, un par de días después de haberse publicado el texto en el que comentaba aquello, empieza a circular profusamente en los medios y particularmente en las redes sociales, la gráfica de un nuevo índice (Índice de pobreza en América Latina, 2017) publicada aparentemente por la CEPAL (no puedo afirmar que proceda de dicha fuente, en virtud de que, a pesar de haberla buscado, tanto en el sitio web de la institución como en algunas de sus más recientes publicaciones, incluido el informe Panorama Social de América latina 2017, no localicé la misma gráfica en la que se sitúa a Guatemala en segundo lugar –de atrás para adelante, tristemente–, superado únicamente –también de atrás para adelante–, por Honduras. Incluso Haití aparece situado en una mejor posición en dicho índice (lo digo con todo respeto), lo cual ya es mucho decir en términos de la historia latinoamericana reciente y sin que exponerlo en estas líneas signifique en manera alguna un comentario peyorativo, sino todo lo contrario). Pero sea como fuere, lo cierto es que a veces la publicación de este tipo de informes, índices o estadísticas internacionales, tan sólo vienen a confirmar situaciones que en muchos casos resultan evidentes porque se viven o se ven a diario. La pobreza en el país se ha extendido, es innegable, y pareciera avanzar inexorablemente por entre los recovecos que va encontrando a pesar de la retórica, de las falacias o de las contradicciones con que nos toca convivir cotidianamente. Aparecer al final de un índice que desnuda la triste realidad de millones de personas a lo largo y ancho del territorio del Estado, aunque no sea algo que sorprenda, debe ser motivo de verdadera preocupación y hasta de indignación, porque dejar que la inercia se encargue de todo y sea ése el “motor” del desarrollo de un país es un grave error que tarde o temprano se lamentará. La pobreza es menester atacarla, no propiciarla ni favorecerla. La acción y la implementación con transparencia y visión de Estado de políticas públicas que respondan a la realidad en ese sentido, es imperante. Ojalá el próximo año el país no aparezca en el último puesto del índice de pobreza que tantas manifestaciones de reprobación han traído.

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