Félix Loarca Guzmán

A casi tres años de distancia, no es aventurado señalar que el gobierno pro oligárquico del Presidente Otto Pérez Molina empezó con el pie equivocado. En todos lados se observa una completa improvisación y falta de congruencia para enfrentar los principales desafíos de una sociedad llena de contrastes sociales como la de Guatemala.
Entre los diferentes sectores de la población, existe una percepción generalizada de desencanto por los escasos resultados de la administración del régimen del Partido Patriota, a pesar del constante bombardeo propagandístico a través de los medios masivos de comunicación, en que se pinta un escenario que no corresponde a la realidad social y económica del país.
Mientras el pueblo se hunde en la pobreza y la desigualdad, la corrupción, el despilfarro y la violencia campean por todas partes. La incertidumbre se agudiza cada día ante el incontrolable torrente de ataques armados contra unidades del transporte público y actos de violencia en general.
Cada día aumentan los asaltos a peatones en el área del Parque Colón y sectores aledaños en la zona uno de la capital de la República, ante la notoria ausencia de miembros de la Policía Nacional Civil.
En contraste con la principal promesa de la campaña política del ahora Presidente de la República de aplicar mano dura contra la delincuencia, los cuerpos de seguridad del gobierno han sido incapaces de dar protección a la población.
Más bien, se censura la actuación policial por el uso abusivo de la fuerza contra indefensos ciudadanos, y por el involucramiento de agentes de la autoridad en bandas de maleantes.
Mientras las escuelas públicas y los hospitales estatales están casi en el olvido, cada día salen a la luz pública más denuncias sobre plazas fantasmas en dependencias gubernativas, tráfico de influencias y presiones para controlar la elección de los Magistrados de las cortes de justicia, señalamientos contra diputados del partido oficial de negociar cuotas de poder y asignación de plazas para sus allegados políticos.
Además de ello, sobresale el despilfarro de millones de quetzales en acciones de propaganda demagógica con fines electorales, utilizando la técnica de Hitler en Alemania, consistente en repetir mentiras hasta convertirlas en verdades.

 

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