Arlena Cifuentes
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El 2018 será un año de retos para los guatemaltecos, tanto para la sociedad en general como para la clase política. Estos últimos, incluido el Organismo Ejecutivo mostrarán más de lo mismo, cobijándose bajo la misma chamarra de la impunidad, de prácticas corruptas y del manoseo en materia de legislatura. Por otra parte, es el inicio de la contienda electoral que presenta para el pueblo de Guatemala un panorama desalentador, ya que los participantes en contienda son la misma carroña. La posibilidad de que surja un proyecto nuevo con la suficiente capacidad de liderazgo y el andamiaje requerido para participar en el proceso electoral del 2019 es bastante difícil, aunque no imposible.

Si bien es cierto, que la sociedad guatemalteca es una sociedad quebrantada y dividida, la actual crisis requiere y demanda una sociedad graníticamente unida en cuanto a los grandes temas que hoy aquejan y hacen sucumbir al país: corrupción e impunidad. Es ante estos dos males que tiene que asumirse una lucha frontal. Lamentablemente esa unidad es demasiado frágil, los diversos y grandes apegos de los colectivos la hacen una sociedad dividida y confrontativa entre sí, y es ante esto y a la falta de claridad e incapacidad de ponerse de acuerdo en los objetivos fundamentales para avanzar que actúan como un apagafuegos, como llamarada de tusas; se enciende y se apaga pues responde a coyunturas específicas. Su fragilidad entonces radica en una serie de intereses dispersos, tal y como los vemos en la clase política. Son los mismos males enraizados en la sociedad guatemalteca. ¿Es esta verdaderamente la sociedad despierta de la que todos hablan? Que por mucho que lo quieran adornar permanece en un letargo demasiado prolongado que seguramente será incapaz de jugar el papel activo de fiscalización y rechazo a los actos de corrupción y de las maniobras descaradas que practican estos organismos, específicamente el Ejecutivo y el Legislativo.

Guatemala necesita hoy más que nunca de una sociedad civil organizada, graníticamente unida y fortalecida con la habilidad de sobreponerse a sus propios intereses mezquinos y muy particulares que cada uno de los grupos y personas que la conforman detentan y que la dispersan desviándola de los grandes objetivos para lograr el bien común. Una sociedad civil que pueda ver más allá de sus propios intereses, que abandone el discurso populista y su razón de ser excesivamente particularista y que, aunque sea temporalmente actúe en beneficio de los intereses nacionales, que la logren unificar con criterios amplios. La coyuntura no puede esperar a que surjan nuevos liderazgos, se hace necesario que con lo poco o mucho que podamos tener aquellos que no han o hemos participado en política para acceder al gobierno, rompamos esos moldes de apatía y decidamos caminar por esa senda.

El 2018 exige de todos los guatemaltecos la capacidad de dejar de lado las diferencias ideológicas y unificar criterios que obliguen a la clase política a asumirlos como acciones concretas y que la sociedad demande como exigencia una actuación congruente y consecuente que redunde en beneficio del pueblo de Guatemala.

Los convocantes deben ser de distintos sectores. Los sindicatos deben quedar fuera de quienes convocan para evitar desviarse de los objetivos y del riesgo de convertir el esfuerzo en acciones reivindicativas que les sirvan para llevar agua a su molino. Tener la capacidad de unificar criterios y centralizar el discurso, la demanda y exigencia en una sola, es requisito fundamental; que si son de izquierda o derecha esto debe ser superado. El momento demanda unidad de pensamiento y de acción. No más divisionismo si el objetivo está claro. No a la impunidad. No a la corrupción.

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