Alfonso Mata

Nuestra Presidencia es un instrumento que agoniza. Mediocre y totalmente improductiva y por consiguiente como se ejerce, nunca nos podrá dar, ni nos ha dado, hermosos y necesarios cambios, para formar una nación próspera.

La Presidencia es algo que debería de construir, terminar y evitar inequidades. Trabajar la ciencia, la técnica y las leyes de un buen convivir, a beneficio de la mayoría. Debería ser pues, una organización más dispensadora de bienestar que de males. Pero, los andamios de esa roca firme, que son la legislación y la justicia no la sostienen; funcionan no como sus aliados para lograr una democracia, sino como enemigos y rivales, conduciendo a la Presidencia, a ser dependiente de muchas relatividades de motivos, sentimientos y valores humanos, ajenos a su razón de ser. Esas relatividades humanas, en forma individual o en grupo, son los que ejercen el poder dentro de la misma y los puestos se convierten en el origen de extraordinarias e inesperadas fortunas.

Lo trágico de esa escena presidencial es que sale cara al pueblo, a nadie más, al pueblo, que es el que la financia y que nunca funciona, ni ha funcionado, como pastor de sus bienes. Los organismos de Estado, son verdaderos sedientos de lo ajeno y no pastores dirían los antiguos. La historia política de por estas tierras, nos muestra claramente que el ente creador de la corrupción es el Estado, compuesto con mucha frecuencia por una sola idea: Crear solo un derecho a pocos y que usualmente no han invertido nada o muy poco, haciendo de la necesidad, virtud.

Por consiguiente, es importante comprender que la Presidencia como funciona, salva el mundo relativo que le dio poder y lo sostiene. Ese mundo real no se sustenta ni en las leyes, ni en los principios de la democracia; es el mundo de las finanzas y los negocios el que domina y este en lo que menos está interesado, es que exista fuerza conciliadora entre poderes y el pueblo. Solo acierta a salvar al que bien le da y, cosa curiosa, ninguna fuerza externa los amenaza. Sólo lo que reditúa a favor de los que la manejan funciona y ese derrame sobre pocos, es ajeno a una moral para que la sociedad progrese.

Pero donde se sitúa la verdadera batalla del pobre ejercicio de la Presidencia es en su dualidad: la oposición entre la razón y actitud práctica (beneficio a pocos) contra la razón y actitud teórica (democracia). Pobremente nuestros intelectuales y analistas políticos, ya sea por olvido, inocencia o premeditación (los hay de todos) se olvidan que si bien la razón y actitud teórica: las leyes, normas y principios, tienen una apariencia de regularidad y racionalidad, los hombres en una sociedad como la nuestra, no obran sino por sentimientos, que les genera instintos y pasiones, incluso en contra del compañero y compañera y estos, lamentablemente, no se dejan conducir por unas cuantas normas y leyes y son capaces de crear cientos para justificarse, como lo nuestra claramente, los acontecimientos políticos, de nuestros últimos años de vida nacional.

La Presidencia se ha vuelto algo contradictorio y en realidad, se ha convertido en una aventura de saqueos y privilegios, viviendo siempre amenazada por el relativismo que le imponen algunos ante el escepticismo y desidia de muchos. En un sistema así, el único taumaturgo que puede vislumbrarse, será aquel que destruya poderes y genere cumplimiento de un orden moral de acuerdo a las leyes y que tenga las características y las herramientas para lograrlo: autonomía, racionalidad y un compromiso moral hacia la mayoría.

En un sistema presidencial como el nuestro, que admite que las acciones que se realicen sean posibles a la vista de la pasión y del interés individual de quien se va a sentar en la poltrona presidencial y sus allegados, utilizando una moral muy lejos de la democracia, no hay que dejarse, ni esperar, que exista en la mente del poderoso, un plan que contribuya al bienestar de los demás o que esté obligado a realizar esto. El mal esta incrustado en los hombres no en las instituciones y en la mala lectura científica, filosófica y social, que hacemos sin claridad sobre el destino de la patria.

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