Edgar Villanueva

Recientemente, mujeres de diferentes ámbitos, profesiones e industrias, han tomado la valiente decisión de contar sobre el acoso y abuso que han sufrido en algún momento de sus carreras a manos de colegas y jefes hombres. La controversia ha llegado a altos ejecutivos del cine y a poderosos políticos, generando un movimiento que hasta el día de hoy se ha identificado con el hashtag MeToo (yo también). Estas mujeres, algunas en nuestra querida Guatemala, han traído a la luz comportamientos intolerables de los cuales han sido víctimas por años y los cuales hemos ignorado como sociedad.

Esto debe de parar. Aquellos que estamos conscientes del importante papel que tiene la mujer en nuestra sociedad, y aunque no hayamos participado del acoso que ellas denuncian, también tenemos una responsabilidad en generar ambientes donde las mujeres se sientan seguras. De la misma manera, debemos estar conscientes que tenemos una tara mental que nos ha generado nuestra cultura, entorno y educación, que nos ha malformado a encasillar y marginalizar a la mujer y esto nos genera una distorsión al relacionarnos con ellas en el ámbito profesional.

No me refiero a estar conscientes y sentirnos mal, sino a estar conscientes que debemos de poner un esfuerzo extra para darles su lugar. Estar conscientes que por años las hemos visto con desdén, aunque ostentaran cargos de alta importancia, y que hemos pecado de darle mayor importancia a la opinión de nuestros colegas hombres que a las mujeres. Asimismo, estar conscientes de la riqueza y productividad que generan los ambientes laborales diversos, en especial, aquellos donde las mujeres se sienten respetadas.

Considero que es importante que abramos los ojos, especialmente aquellos hombres que empezamos a aprender sobre estos temas, y que hagamos un esfuerzo por apoyar a nuestras colegas mujeres. Esto implica estar dispuestos a escucharlas y aprender, por duro que sea, sobre sus experiencias y el ambiente con el cual les ha tocado batallar toda su vida. Y, sobre todo, darles su lugar como profesionales.

Algunos pensarán que esto implica otorgarles privilegios, y otros ya tendrán en la cabeza la palabra cuotas. Pero esto no se trata de privilegios, se trata de dignidad y de igualdad. Estas mujeres que están empezando a contar su historia son tan víctimas de sus aberrantes agresores, como de una sociedad que las ha visto de menos por siglos. Por ende, es responsabilidad de todos tomar conciencia de las sutilezas de algunos de los elementos que contribuyen a que las mujeres sean víctimas de acoso a manos de sus colegas y de sus superiores.

A mis colegas mujeres, mis sinceras disculpas, si en algún momento mis palabras, actitud, indiferencia o torpeza intelectual las ha hecho sentir de menos en el ámbito personal o profesional. Y a mis hijas, la firme promesa de escuchar, aprender y ayudar a abrirles los espacios a los que mi madre no tuvo acceso y a por los que mis hermanas han librado una lucha desigual.

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