Luis Fernández Molina
Pregunto: ¿Por qué un individuo común va a aportar libremente diez mil quetzales para la campaña? ¿Por qué un empresario va a colaborar con cien mil quetzales para el partido? ¿Por qué un individuo acaudalado, de reciente fortuna y de origen dudoso, va a facilitar doscientos mil quetzales para el candidato? ¿Por qué un grupo empresarial, dominante en el mercado, va a donar un millón de quetzales? En esos casos, y muchos otros, el desprendimiento no está motivado por puro fervor cívico; tampoco es por respaldar a algún partido político que sostiene como estandarte una determinada ideología de derecha o de izquierda. Para empezar los partidos adolecen de congruencia ideológica y carecen de profundidad en su propuesta doctrinal. Entonces ¿por qué el sacrificio del aporte?
Es claro que a todos los humanos nos cuesta abrir la billetera y reducir nuestro patrimonio; si sacrificamos parte de nuestro patrimonio (en este caso dinero) es porque vamos a recibir algo a cambio. Este beneficio que recibimos por nuestro dinero puede ser filantrópico, como es el caso de las donaciones de caridad en que sentimos una satisfacción íntima. Puede ser una retribución espiritual o metafísica, en caso de contribuciones a la iglesia o pagos de diezmos. Puede ser una gratificación personal cuando adquirimos la última laptop o consumimos la langosta más sabrosa o compramos un carro de 300 caballos de fuerza. Es claro que en estos casos apreciamos más lo que obtenemos que el monto de dinero que damos por ese bien. Pero los beneficios también pueden vislumbrarse al futuro, como una apuesta, adquisición de acciones, la inversión en un negocio o la compra de un billete de lotería. Es un sacrificio actual que se hace con la esperanza de obtener algo más en el futuro. Traslademos estas reflexiones sobre la inversión a las inquietudes arriba expuestas: ¿Qué espera a cambio quien ha hecho un aporte a un partido?
Lo que esperan los desprendidos contribuyentes es un provecho político que es una moneda de cambio que se puede canjear en muy diferentes mercados. Entran en este bazar muchas mercancías: puestos de trabajo, ya sean 011 o 029, contratos de compras, contratos de obras, licencias, facilidades en trámites administrativos, etc. Después de todo el generoso donante “invirtió” en el candidato ganador y cual accionista mercantil va a exigir sus utilidades, tarde o temprano.
Por ello, los candidatos ya llegan con compromisos, con facturas pendientes de saldar. Deben y lo saben. ¿A quién le deben? No, al pueblo que “los eligió” sino a aquellos financistas que le facilitaron los fondos. Lo mismo aplica con el mercado de las primeras posiciones en los listados de diputados. Esas casillas tienen su precio, que se establece conforme al mercado, por supuesto.
Con varios diputados “cercanos” el interesado tiene las puertas abiertas para “sugerir” determinadas leyes en beneficio de mi negocio o para que entrampen cualquier iniciativa contraria. Asimismo, el Congreso elige a los trece magistrados de la Corte Suprema de Justicia y los más de doscientos de las Salas de Apelaciones. Buen pago podrían hacer de las facturas que todavía estuvieren pendientes.
Y la influencia sobre el Congreso no se queda allí. En proporción a dicha influencia puedo extenderme al Ejecutivo. La inversión “da derecho” a hacer solicitudes al Presidente a quien se le debe recordar “quien lo puso ahí”.
Nuestro sistema se carcome porque los grupos políticos han monopolizado (secuestrado) el proceso eleccionario. Supuestamente tenemos el derecho “de elegir”, pero, elegir entre las opciones únicas que nos proponen los partidos políticos. Estamos jodidos. Debemos cambiar.