Adolfo Mazariegos

Ayer por la mañana leí un interesante artículo acerca del trabajo infantil en México (publicado en la edición dominical -global- del diario El País, de España). Su autor, Ignacio Fariza, denominó a dicho fenómeno (parafraseándolo) como una lacra persistente provocada por la pobreza en la que vive un considerable número de familias en el país, lo cual obliga a un alto porcentaje de la población infantil mexicana a buscar formas de ganarse la vida. El artículo me hizo voltear la mirada inmediatamente al contexto nacional. Y me hizo recordar a tanto niño y adolescente que vemos hoy día en las calles de distintos sectores citadinos, limpiando vidrios de autos; haciendo malabares con sus rostros mal pintados y los pies descalzos; lustrando zapatos o vendiendo dulces y frituras en pequeñas bolsas plásticas con la única finalidad (supongo) de contribuir quizá a alguna depauperada economía familiar. Los alrededores de la Plaza del Obelisco; la Calle Montúfar; el crucero del área de los museos en la zona 13; la esquina de la 9ª. calle y 7ª. avenida de la zona 9; La Plaza de la Constitución; y la esquina que de Pamplona conduce a la Calzada Atanazio Tzul, son sólo algunos de los puntos dentro del perímetro de la ciudad de Guatemala en donde a diario pueden observarse este tipo de escenas que reflejan una realidad nefasta en aumento, una realidad de la que pareciera que no quisiéramos hablar, sino por el contrario, la dejamos pasar y nos vamos acostumbrando a verla como un conjunto de tarjetas postales que pasan a formar parte del paisaje urbano con el que convivimos prácticamente a diario. Eso, sin contar con el número de hombres y mujeres (también en aumento) que suelen verse en distintas partes de la ciudad en muchos casos cargando infantes -sospechosamente siempre dormidos- pidiendo alguna “ayuda” económica para adquirir alimentos que permitan la subsistencia propia y de los niños menores que llevan consigo. Desconozco si existen estadísticas reales y confiables al respecto (quiero suponer que sí) pero en honor a la verdad, de poco pueden servir los números sobre papel cuando los problemas de fondo que producen situaciones negativas como esta no son atendidos con voluntad y responsabilidad. Con el correr del tiempo y sin exagerar, estas cuestiones pueden resultar en problemas mayores de distinta índole en el marco de la vida colectiva de todo un país. Las instituciones del Estado han fallado en atender problemáticas como esta, eso es evidente e innegable, pero tristemente ese es sólo un botón de muestra de la falta de seriedad con que se ha visto durante mucho tiempo un tema tan importante cuya atención puede resultar después mucho más caro y difícil. Ver a diario ese tipo de “postales” en las calles de cualquier ciudad de Guatemala, es algo que debe preocupar, que debe servir como punto de partida para la reflexión, pero sobre todo, para tomar acciones concretas al respecto. Ojalá.

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