Carlos Figueroa Ibarra
El largo conflicto armado en Colombia tuvo un alto costo humano y dejó exhausta a la sociedad colombiana. Desde muchos años atrás diversos sectores de derecha, centro e izquierda, coincidieron en que era un conflicto agotado y que no tendría más resultado que un continuo derramamiento de sangre. La elección de Juan Manuel Santos por ello fue apoyada por diversos sectores ideológicos: representaba la oportunidad de negociar la paz. Cuando se iniciaron las negociaciones entre el gobierno de Santos y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia en septiembre de 2012, el sector más reaccionario de dicho país, encabezado por el expresidente Álvaro Uribe hizo sentir su estentórea voz. Uribe representa el oscurantismo reaccionario de profundas raíces oligárquicas observado en diversas partes de América Latina. Por ello, está emparentado con la ultra derecha guatemalteca encarnada durante muchos años por el Movimiento de Liberación Nacional encabezado por Mario Sandoval Alarcón. También por el viejo partido ARENA en El Salvador, me refiero al conducido por Roberto D’Aubuisson.
Los conflictos armados suelen ser sucedidos por su derivación en la lucha por la memoria, la justicia y la verdad. Ambas partes del enfrentamiento suelen cometer atrocidades reñidas con los derechos humanos. Pero son las partes más involucradas en las violaciones de dichos derechos, las más feroces opositoras a las comisiones de la verdad. En Colombia, el uribismo se opuso a los acuerdos de paz y ahora bombardea a la Comisión de la Verdad que ha surgido merced a dichos acuerdos. De manera equivocada, Uribe dio por cierto que mi amigo y colega colombiano Mauricio Archila, había sido electo como integrante de dicha comisión. Así las cosas, el expresidente emitió un mensaje por twitter diciendo: “Los escritos de Mauricio Archila, integrante de CINEP y de la Comisión de la Verdad, son calumniosos y apologistas del terrorismo”. La calumniosa aseveración es grave en sí, pero resulta ser más preocupante proviniendo de un ultraderechista poderoso y con reputación de haber mantenido desde hace años relaciones con los paramilitares de Colombia. Con justa razón el Seminario Permanente de Profesoras y Profesores por la Universidad (una importante organización de académicos) y diversos sectores de la sociedad civil colombiana han repudiado el artero ataque que pone en peligro la integridad física de Mauricio.
He deplorado cómo después de acusaciones similares e infundadas, el estimable sociólogo colombiano Alfredo Correa de Andreis fue asesinado en 2004. Y cómo de manera ilegal, el gobierno de Felipe Calderón extraditó de México al sociólogo Miguel Ángel Beltrán quien terminó encarcelado injustamente por muchos años en Colombia. Conozco de mucho tiempo atrás a Mauricio y sé que siempre estuvo opuesto a la lucha armada. Por ello resulta falsedad provocada por un delirante fanatismo, la aseveración hecha por Álvaro Uribe. El expresidente encarna la derecha más feroz del continente, esa derecha que teme a la inteligencia, que busca eliminar al otro, que siente nostalgia por un pasado colonial y decimonónico, que sigue atado a la lógica de la Guerra Fría y que expresa una oprobiosa cultura del terror.