Mario Alberto Carrera
marioalbertocarrera@gmail.com

30 de abril de 1998

Hace 19 años y desde mi columna trisemanal en el antiguo diario Siglo XXI, dirigido ¡supremamente bien!, por José Rubén Zamora, que siempre me permitió completa libertad de expresión (enfocada desde mi punto de vista que es el de la transgresión inconformista) publiqué un fuerte “yo acuso” contra el (y los irracionales por él dirigidos) llamado Álvaro Arzú Irigoyen. Aquella columna de casi dos décadas decía así en una de sus partes más esenciales:

“El obispo se ha marchado por la violenta puerta del crimen, empujado y sacudido por sus asesinos. Nos escuece su muerte. No importa la ideología que tengamos. No importa si, como yo, somos ateos. El hecho contundente es que nos hemos quedado más solos y más abandonados sobre el erial de la tierra. Hay muy pocos seres humanos capaces de poblar el mundo de esperanza. Uno de esos pocos era Juan José Gerardi Conedera. Y se ha ido –también él- en esta ola inmensa de pavor en que se retuerce Guatemala: Laooconte infortunada. Y que no acaba y que es violencia pura del averno. Violencia destilada en la perversidad de quien tiene el poder de los poderes en la presidencia y lo ejerce con las armas o con un cerdoso pedazo de banqueta (de escupida y meada acera de concreto) para asesinar, impunes, desde la Prehistoria”.

“Este asesinato y este nuevo magnicidio quema muy hondo en nuestras venas. Quema hasta carbonizar el futuro. Quema con el fuego que abate toda esperanza. Es otra vez el fuego de las aldeas y pueblos arrasados. Es otra vez el fuego maldito de los fusiles, sin frijoles, contra el pueblo. Es, redivivo, el fuego de Xibalbá que encendían en el inframundo infernal los Camek, para incendiar la bondad de ese ¡nunca más!, del obispo masacrado entre la turbamulta de masacres”.

24 de octubre de 2017

El pobre clown presidencial cae en otro de sus ataques de idiotismo. Ahora toma la modalidad de demencia precoz porque no llega aún a los 50. Desconoce ¡absolutamente!, todo discurrir lógico. Desconoce la más elemental de tales formas: la de causa y efecto, que es la que invocan todos los que durante casi 3000 años han trata do de probar, contumaces, la existencia de Dios. Se llama ley de la causalidad en el mundo de los que conocemos -y hemos enseñado Lógica- en la Universidad.

Y dijo el iluminado y alucinado clown que nos dirige: “hay que perseguir al delito y no a los delincuentes”. El delito es una abstracción que, en sí, no existe en la realidad. Una abstracción tipificada por la ley, la moral y la ética. El delincuente es el efecto social del delito o el crimen. Y sólo él –que es su efecto. Es susceptible de poder ser perseguido.

Pobre Black Pitahaya que no encuentra ¡nada!, perdido en el maremágnum que le pintan sus pastores. Y Rafael Correa y un señor de España que hoy aparece en la tele y mañana no sabemos. El delito no puede ser perseguido porque no existe como objeto y punto en boca. Pueden ser perseguidas, sí, las causas sociales del delito que siempre serían personas de carne y hueso.

14 de octubre de 2017

Caen los ídolos con patas de lodo o de barro. Leo una columna ejemplar signada por Irma Alicia Velásquez. Le pone las peras a cuatro a Gustavo Porras Castejón. Caerán y ¡ya no pasarán!, los Stein, los Porras y los Arzú autores satánicos de los acuerdos de Paz, con los que estafaron al pueblo. Acuerdos para venderle a la patria un futuro excluyente. Sólo para neoliberales en pepián. Tríada de traidores que están cayendo porque tiene los pies de excrementos.

 

Artículo anteriorBaja de inventario de bienes y su impacto fiscal en el ISR
Artículo siguienteApuntes del caso “La Línea”