Juan Jacobo Muñoz
He visto gente que odia, funciona toda más o menos igual. Personas que en el fondo y sin saberlo, se odian a sí mismas y no se soportan. De cómo llegaron a esa descomposición, se pueden elaborar muchas interpretaciones. Sea como sea, el odio les provoca sensaciones terribles, insoportables. Y es tanto el desprecio que depositan la ira en otros, convencidas de que todos les aborrecen y les tienen miedo, y en el nombre de este atacan.
Uno con esa animadversión fue al médico, y este sin dudarlo diagnosticó paranoia. El paciente atacó al facultativo, lo señaló de ignorante y lo acusó de tenerle envidia. Paranoia, mezquindad, odio a sí mismo; ¿por qué habría que envidiar cosas que no son envidiables? El médico subió los hombros y se dio por despedido.
El odio se contagia, te contagia. Te cuentan algo y te adherís, querés ser justiciero. Te sentís del lado de tu interlocutor; del que parece víctima. Es la encendida vitalidad del odio que como una proyección de tus miedos y tus complejos e inseguridades, te hace estallar en pedazos. El ego siempre por delante; el ego te divide, principalmente si está alentado por la rabia. Solo el sí mismo te unifica y como individuo te permite existir sin división.
Fue lo que no le pasó a esta chica, que caprichosa como era, no dejó de hacer lo que le daba la gana, con garantía de carecer de toda previsión. Muchos espontáneos se atrevieron a investirse como consejeros, y cayeron como moscas aplastados por la imbatibilidad del frenesí. Dando la espalda, dijeron de manera autoindulgente y ante la inminencia de cualquier fatalidad; “que con su pan se lo coma” y algunos más sarcásticos, “que en sangre se le convierta”. Al parecer fue profético, porque con su pan se lo comió y la sangre en que se convirtió acaba de cumplir cinco años.
Ella se defendía diciendo que le habían roto alguna vez el corazón. Al respecto, oí una vez que lo malo de que le rompan a alguien el corazón, es que empieza a repartir los pedazos. Tal vez previendo eso, mucha gente insiste en soportar a como dé lugar lo que no le conviene. Hay quien al dejar su yugo dejaría lo único que tiene, y para quedarse, paradójicamente se quita pedazos con tal de pertenecer y encajar en un medio que no le corresponde.
Debe ser cierto que cuando no se le encuentra sentido a la vida, se le busca en cualquier cosa. Lo digo porque muchas personas en afán de justificación, dan valor a lo que no lo tiene. Es lo que pasa con los puntos ciegos, es lo que pasa con las cosas obvias, que son tan evidentes que no se ven.
Tal vez por eso me dijo aquel desconocido ya viejo y con alguna experiencia a tuto; que cada vez que me encuentre con alguien inconsecuente, intransigente, inclemente, impertinente e incongruente; salga corriendo inmediatamente. Y que no es cosa nada más de cómo me traten, sino de cómo dejo yo que me traten.
En el fondo es la de nunca acabar. La mayoría de la gente quiere cambiar pensando, o aun peor, dejando que pase el tiempo; que a la larga y por sí solo no logra nada. En todo caso es la medida que tiene el ser humano para saber cuánto tiempo de trabajo le toma hacer algo, y cuanto trabajo invierte en ese tiempo. Además, cambiar requiere de una conmoción para revisar y conmoverse; no hay conversión sin contrición.
Y después de esta descarga de emociones y afectos ligados a recuerdos, unas palabras de aliento: de verdad, uno sí se muere.