Alfredo Saavedra
Desde Canadá. Aparte de los problemas que enfrentan varios Estados con sus gobiernos, como el de Guatemala con un presidente señalado de ineptitud y corrupción y un Congreso de la República nefasto, y la tragedia de la población musulmana en Burma (Myanmar), reprimida y obligada a emigrar, varias naciones del mundo están envueltas en conflictos bélicos, en perjuicio de miles de habitantes, lo cual ha desembocado en crear otras calamidades en un mundo que atraviesa tal vez uno de los peores momentos de su historia.
Los fenómenos naturales han agregado mayor devastación, en calamidades que de forma lamentable son hasta ahora inevitables, como los huracanes que se han sucedido de manera sucesiva en las últimas semanas con pérdida de vidas y bienes materiales en particular en varias islas del Caribe. Huracanes que por su inusitada frecuencia en los actuales tiempos, se sospecha por los expertos que son determinados por el suceso del cambio de clima, fenómeno que cada día presenta nuevos aspectos que confirman su realidad.
En Canadá los calores habituales del verano se retrasaron de tal forma que ahora son asfixiantes en la entrada del otoño, caracterizado siempre por un clima amable, comparable al de la primavera, lo cual ha convertido en un lugar común la afirmación de mucha gente en la región que expresa su deseo de que solo existieran esas dos estaciones agradables. ¿No es este enredo un literal apoyo a la tesis del cambio de clima?
Hace apenas dos semanas se produjo el aflictivo terremoto en México, comparado por sus consecuencias solo con el ocurrido en 1985. Pero como aún se está en el proceso, en ese país, de la evaluación de los alcances del daño recién ocurrido, los extremos de la tragedia no se han conocido. En todo caso ha sido un infortunio, como siempre pasa con esa clase de desastres, que afecta de manera particular a los desposeídos, no solo por la pérdida de vidas, que es lo más deplorable, sino de valores materiales. Millares de habitantes del área afectada en ese país están virtualmente en la calle.
Guatemala pasó uno de sus peores momentos con el terremoto del 4 de febrero de 1976, cuando la mayor parte del país fue afectada por un violento sismo en la categoría de 7.5 grados. Considerado uno de los peores en la historia local, causó la muerte de unas 23 mil personas y 77 mil sufrieron lesiones graves. Los daños materiales fueron cuantiosos particularmente en el rubro de vivienda que agudizó la pobreza de gran parte de la población.
El autor de esta columna fue testigo presencial del desastre, pues por ese tiempo se desempeñaba como reportero en el diario Prensa Libre y fue asignado, con el equipo de reporteros y fotógrafos, para cubrir el suceso. A las cuatro de la mañana, una hora después del sismo se principió la tarea de investigar las consecuencias del fenómeno. El terremoto, con epicentro en Izabal, recorrió transversalmente el territorio afectando a su paso todas las poblaciones de oriente, centro y el altiplano del territorio nacional.
Fue de aflicción la tragedia, pues era dramático enfrentarse a los sobrevivientes con familiares fallecidos por efecto de la caída de paredes. Los hospitales no daban rendimiento a la atención de los miles de heridos. Por suerte la ayuda internacional fue valiosa con países que asistieron con la instalación de hospitales provisionales de gran ayuda. Lo demás es historia con abundante información en las hemerotecas y el Internet para quienes tengan acceso a esos servicios.
En particular, el autor de esta columna, hace fervientes votos para que no se repitan desgracias como las descritas y que la crisis política actual se resuelva mediante la participación popular para el establecimiento de un gobierno democrático, honesto, patriótico y capaz de sustituir al actual para terminar con todos los vicios que se le señalan.







