Javier Monterroso

Cuando escribo esta columna el Congreso acaba de aprobar una ley que prácticamente es una amnistía para todos los delitos de corrupción, delitos electorales y todos aquellos que según el Código Penal tienen menos de 10 años de prisión, si esta ley entra en vigencia todas las personas condenadas por esos delitos incluyendo cohecho, extorsión, robo agravado y varios otros delitos graves pueden ser beneficiadas con la conmuta, es decir pueden pagar para no ir a la cárcel, de un plumazo se cae el esfuerzo de muchos operadores de justicia y víctimas de delitos que han arriesgado su vida para hacer justicia.

Aunque sin duda esa fue la gota que derramó el vaso hay todavía más en esta semana negra para Guatemala: el lunes el Congreso determinó que el presidente Jimmy Morales no puede ser investigado aunque era el Secretario General del Frente de Convergencia Nacional (FCN), a pesar que de acuerdo con las pruebas presentadas por la CICIG y el MP ese partido recibió fondos durante la campaña que no fueron declarados ante el TSE. Y el martes el medio electrónico Nómada evidenció que el Presidente recibe desde diciembre del año pasado 50 mil quetzales de sobresueldo por parte del Ejército.

Todos estos hechos sin duda son indignantes y muestran el nivel de descomposición de la clase política nacional, pero lo peor no es eso, es que el problema no son los 106 diputados que protegieron al Presidente o los 111 diputados que aprobaron la amnistía, el problema es el sistema político y el Estado que hemos construido. Hace unos meses discutíamos con el Director de este medio y yo sostenía que incluso las reformas constitucionales que presentaron la CICIG y el MP serían insuficientes, que el problema es más profundo, es un problema de diseño institucional y sobre todo cultural, si nuestro país fuera un árbol que está podrido es como si intentáramos quitar ramas, pero eso no importa porque el problema está en la raíz, en la misma tierra de donde el árbol se nutre.

He creído que desde la política se podía cambiar la realidad que vivíamos, por eso participé como candidato a diputado en dos ocasiones, hoy me doy cuenta que de haber llegado al Congreso no haría ninguna diferencia, que la única salida es un cambio de fondo y ese no se puede hacer por los actuales partidos políticos, hoy es uno de esos momentos donde solo una revolución ciudadana puede derribar el sistema podrido desde la raíz y plantar algo nuevo, solo el pueblo como poder constituyente originario puede hacer ese borrón y cuenta nueva que nuestro país necesita, pero para ello no puede estar atado a las normas actuales, ni siquiera a la Constitución que ha perdido vigencia como pacto de nación pues nunca ha sido implementado en su totalidad, hoy más que nunca se requiere una reforma estructural que incluya una nueva Constitución Política donde entre otras cosas se retome la figura de los legisladores como representantes del pueblo y no como políticos a sueldo.

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