Juan José Narciso Chúa

En suma, nada nuevo. Las perspectivas se antojan repetitivas y hasta aburridas; los resultados se perciben con un sabor a centavo en la boca; mientras los candidatos no son más que títeres que repiten lo mismo en sus discursos sosos y aburridos y la sociedad civil, continuará monitoreando los procesos electorales, pero la pregunta es ¿para qué?, únicamente con el propósito de mantener la limpieza de los ejercicios electorales, pero después, todo termina en lo mismo: nada cambia.

Los partidos políticos siguen representando los secuestradores más eficaces del ámbito criminal, pues no sueltan la política, nadie más puede entrar sino ellos y continúan con su carnaval permanente, en donde los antifaces democráticos se mantienen, pero las caras son las mismas y el acto burlón se mantiene, mientras ellos se siguen enriqueciendo y continúan con su actuación vacía y de espaldas al país.

Los candidatos no representan a nadie, ni lo pretenden. Siguen en su empeño por acceder al Gobierno para adueñarse temporalmente de los recursos, programas y proyectos que les aportan los fondos públicos para seguir en la fiesta de la corrupción, bajo un montaje de impunidad que les asegura un futuro sin contratiempos. Saben muy bien a qué llegan, pero no tienen la menor idea hacia dónde van, ni que cambios pueden introducir.

Las élites siguen en su posición sin sentido y sin visión de futuro, simplemente permanecer, degustar los privilegios de siempre y continuar presionando a los gobernantes y dirigiendo las decisiones políticas, en una visión limitada, a pesar que saben de su capacidad enorme de intervención y dirección, la usan para lo mismo, cuando podrían plantear un cambio de rumbo, bajo la perspectiva de un nuevo esquema de gobernanza, perfilando una nueva conducción, que fuese amplia, plural y abierta, en donde se profundicen los mecanismos de mercado, bajo competencia perfecta y donde los precios sí funcionen como asignadores automáticos de la oferta y la demanda.

Los políticos, las élites y la conducción social deben romper los esquemas ideológicos que traban el razonamiento, abriendo la discusión para darse a la tarea de escuchar voces que, incluso, disientan de su postura, pero que apunten a romper los paradigmas ideológicos prevalecientes; se diseñen las políticas públicas orientadas a la ruptura de un esquema que se encuentra fatigado y se realicen las reformas económicas, políticas sociales, ambientales y culturales, imprescindibles para un cambio de rumbo y así orientar al país hacia la modernidad y una sociedad en bienestar.

Seguir en la misma postura, no nos lleva a nada, únicamente nos conduce a la repetición, volver a ver las imágenes en blanco y negro; escuchar los mismos discursos sin sustento y nuevamente observar el relevo de equipos de gobierno, que llegan, se enriquecen y se van. Una macabra reiteración que hunde más a nuestra democracia, erosiona más la justicia y posterga aún más la mínima posibilidad de abatir la desigualdad.

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