Oscar Clemente Marroquín
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En 1931 Curzio Malaparte, uno de los más prolíficos escritores italianos del siglo pasado y profundo conocedor de la política mundial y europea en particular, escribió su ensayo “Técnicas del Golpe de Estado” que estuvo muy de moda en nuestra América Latina durante el siglo pasado. En él hace un recuento de muchos golpes de Estado alrededor del mundo y cuentan que el texto era “de cabecera” de cualquier militar que se respetara en esta disparatada región del mundo.

Hoy, cuando se vive una crisis en Guatemala como resultado de que el Presidente quiso expulsar del país a quien dirige la Comisión Internacional contra la Impunidad patrocinada por Estados Unidos, se revive ese concepto que, al menos en Guatemala, parecía haber pasado a la historia, pues ni siquiera el “golpe técnico” de Serrano pudo ser exitoso. La teoría es que la investigación del financiamiento electoral ilícito tiene la finalidad de acabar con los partidos políticos y, sobre todo, forzar a la salida de Jimmy Morales. Quienes explican cuál es esa nueva técnica del golpe de Estado se apresuran a decir que el Vicepresidente Jafeth Cabrera está también embarrado y sería objeto de otro proceso en su contra, a lo que se sumaría una “grosera” investigación contra los diputados por inventos como eso de Odebrecht, que en toda América Latina ha provocado juicios, pero que en Guatemala no ha salpicado hasta ahora a nadie, ni siquiera a los diputados que recibieron soborno para aprobar los negocios que estaba promoviendo la constructora brasileña.

En la fantástica visión del golpe de Estado, eso bastaría para generar un vacío de poder que, aguante usted, solo la poderosa, disciplinada y mayoritaria izquierda podría aprovechar. Eso de que históricamente en Guatemala ha sido siempre el gran capital el que llena a su gusto los vacíos de poder, pasaría a ser cuestión del pasado, posiblemente con la instancia nacional del consenso tras el Serranazo como última expresión del poderío de la derecha. Ahora, tras la firma de la paz, que según él le debemos al guerrero Álvaro Arzú, resulta que es la izquierda la única que le sacará raja a la lucha contra la impunidad y no importa que no tengan partido político, que se desgasten siempre en rencillas y celos internos que les impiden ponerse de acuerdo en algo. Ahora, ante la perspectiva de que la CICIG y el MP puedan avanzar con investigaciones que nos dejen sin los respetables partidos políticos que tenemos y puedan verse afectados algunos funcionarios por hacer lo que todos han hecho siempre en el país, lo cual sería una gran barbaridad, resulta que por vez primera en la vida nacional la dispersa izquierda alcanza la “unidad granítica” para alcanzar el poder y convertir a Guatemala en una Venezuela o, por qué no pensar en más, en una Cuba como la de los tiempos de Fidel Castro.

Sin duda que Curzio Malaparte, quien era hijo de un alemán y en realidad se llamaba Kurt Erich Suckert y usó el seudónimo para burlarse de Napoleón Bonaparte, podría enriquecer su libro con esta nueva y muy sofisticada técnica.

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