Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt

A propósito de la cantaleta de que no se pueden hacer cambios muy radicales en el tema de la corrupción estructural que sufrimos en Guatemala y las cada vez más insistentes voces que parecen clamar por pequeños ajustes para ir despacito a fin de no provocar un shock que afecte más nuestra ya decaída economía que, por lo visto, se ha nutrido fundamentalmente de los negocios y el dinero sucio de los trinquetes, vale la pena traer a cuento un caso de la vida real en el que, para que no digan que se trata de propuestas de izquierdistas radicales en este mar de polarización creado en Guatemala, el actor principal fue nada más y nada menos que el general Augusto Pinochet Ugarte, dictador derechista en Chile.

Cuentan que los neoliberales de la escuela de Chicago fueron invitados a hacer una propuesta al dictador para implementar un programa económico que sustituyera las políticas izquierdistas del régimen de Salvador Allende y se reunieron con Pinochet los más destacados personajes del neoliberalismo quienes le dijeron que había distintas formas de avanzar en el tema, pero que obviamente la más directa traería consecuencias y posiblemente reacciones populares porque implicaría ajustes que podrían reducir beneficios sociales que estaba recibiendo la población.

Según lo que se ha documentado del caso, que es motivo de estudio en las escuelas de negocios, le dijeron a Pinochet que un cambio radical sería como el equivalente a hacerle una operación a un paciente sin utilizar anestesia. Pinochet escuchó la propuesta, fue evaluando lo que le estaban sugiriendo sus invitados y al finalizar les dijo que no creía en cambios de tan largo plazo y que lo que no se hacía de una vez generalmente terminaba en parches inútiles. «Ustedes procedan a operar al paciente sin anestesia y yo me encargo de agarrarlo mientras ustedes proceden», refiriéndose obviamente a las políticas que implementó para contener cualquier tipo de protesta popular derivada de las acciones para dar un radical viraje a la economía chilena para apartarla de la larga tradición, no iniciada por Allende, de programas de beneficio social.

Yo nunca fui un fan de Pinochet ni, mucho menos, de los ajustes económicos que impuso por el consejo de los que conformaban la llamada Escuela de Chicago, pero si soy un creyente de que ante los grandes problemas tiene que haber grandes soluciones y que las mismas tienen que ser integrales y de cuajo. En política es un hecho que lo que no se hace al principio del período de gobierno ya no se hace porque la tendencia al acomodo es enorme y siempre se termina imponiendo, además de que los poderes fácticos tienen una extraordinaria capacidad para contener los cambios que puedan afectar sus espurios intereses.

En materia de corrupción ir poco a poco es volverse «medio tolerantes», como hizo Jimmy Morales con TCQ, cuando lo que hace falta es un cambio radical que, aunque sea traumático y afecte de momento el ritmo de la economía, se traduzca en la transformación del Estado para que se centre en el cumplimento de sus fines esenciales.

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