Alfonso Mata

Acabo de leer un par de novelas de la escritora húngara Magda Szabó. Sus personajes, gentes diversas y comunes, viven y desgarran su vida a lo largo de un país expuesto a dos guerras y dentro de un sinfín de contradicciones ideológicas, que provocan una convivencia de oposiciones entre etnias. Lo increíble de la obra es la profundidad con que la autora describe comportamientos y pensamientos, en medio de ambientes diversos. En “la balada de Isa” nos describe los terribles desastres, incomprensiones, intolerancias, a que conduce la sociedad, al género humano. La brecha generacional e ideológica resalta a lo largo de la vida de los personajes y nos muestra como eso, genera comportamientos, que no solo afectan a los seres que amamos, sino a uno mismo, llevándonos con estupor, a evitar al prójimo y forjando cóleras y resentimientos, sin llegar al odio, pero sí a inestabilidades. Cada protagonista, es una imagen de imaginarios sociales contradictorios que, de tanto martillar dentro de su conciencia, les crea un mundo propio y totalmente incomprensible del otro, tanto hacia afuera como hacia adentro, terminando por despedazarlos y consumirlos ante los demás y ante sí mismos, hasta que, cuando se les devela la realidad cruda y desnuda, les agobia y oscurece todo futuro y cubre de tinieblas su presente “un interior en penumbra y sin calor” que forja calvarios y que al momento de envejecer hace clamar “la anciana simplemente sufría, tenía sed y se limitó a decir agua” y genera la protesta final sobre los demás “Que habrá hecho allá en la capital, para que su madre haya olvidado hasta su nombre, en aquel ingrato sendero, que conduce de la vida a la muerte”. En la segunda novela “calle Katalin”, el desastre de la existencia humana se desarrolla, en medio de un mundo lleno de prejuicios nacidos desde la infancia y de un juego de sentimientos, que brincan al son de lo que sucede en el hogar y la sociedad. La autora con magistral soltura, nos plantea personalidades femeninas y masculinas, al abrigo de costumbres y tradiciones, que repican una y otra vez sobre su instinto natural y forjan una conducta y formas de entender el mundo de manera diversa y hostil, socavando desde entonces la realidad, para formar múltiples imaginarios y conceptos de amor y comprensión sobre el prójimo igualmente diferente, transformando la vida, en un vago sentimiento, que choca constantemente contra la de otros. Todo lo anterior, sucede en medio de una época de incomprensiones, conflictos que terminan siempre en contradicciones y dolores, solo arrullados por un pasado infantil, que poco a poco se va desvaneciendo y haciendo menos soportable el presente, pero que en un pasado fortalecieron fantasmas “la ley de estar en otro sitio era implacable, nunca representaba lo real, ni tampoco lo añorado” De tal manera que en un momento la autora clama “no sé si el amor sirve de ayuda o impedimento” y en otro sentencia y reclama “haber sido tan crueles con nuestra infame paciencia”. Haciendo una comparación la trama de las novelas con nuestra situación nacional, bien podría decirse y ser válido sobre nosotros los guatemaltecos, lo que uno de los personajes expresa “ratoncitos corriendo por el… país, que temen el camino de su salvación, porque no saben a dónde les lleva ni que les espera”. Futuro incierto, fuente constante de espanto, que inmoviliza el actuar, ante cosas insignificantes que nos sacan de quicio y nos chupan toda la energía, sin dejarnos ver, que estamos en medio de una ley que no es legítima, a la que hemos supeditado nuestros días y nuestras vidas y, ante lo que nos quedamos sentados, en silencio, incapaces de afrontar con fuerza, y por el contrario, concibiendo un mundo de forma categórica y doctrinal como represivo, lleno de relatos de sufrimientos, en lo que vemos algo de tranquilizador, al saber que hemos perdido derecho todos y que somos incapaces de asumir la pérdida de nuestra independencia. Y aunque sabemos y hemos caído en cuenta de todo ello, siempre decimos, como al final de la novela “a quien invocar en el instante de la muerte ¡traed a casa a Blanka!

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