René Leiva

(El lector que ya no visita bibliotecas ni librerías, que nunca ha asistido a ferias del libro, que con nadie habla sobre obras o autores, que no es empedernido (más que pedernal, levedad) ni coleccionista bibliómano, y tampoco ha estado inscrito en ninguna nómina de literatos, eruditos, críticos, filólogos, disertantes, dómines, exégetas y similares. Aquel lector. Solamente.)

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Ajá, demasiados altos, paradas, detenciones, distracciones, ensimismamientos, rodeos, atajos, digresiones, regresiones… en la andadura de la lectura, sin cerrar el libro, sin perder cualquier señal de entre sus páginas, sin dejar de ser el Jano bifronte siempre a mitad de ese camino lectural, dividido entre un engañoso principio y el ilusorio final.

Qué bueno, diríase, que don José nunca haya encontrado ni viva ni muerta a la desconocida, que ella muriese a tiempo, ¿a tiempo?, como un milagroso acto de compasión hacia él, o más bien un oportuno lance piadoso del destino, uno más, definitivo, dijérase, pero no el último. Porque, ¿qué hubiera pasado si, al fin, don José da con ella y se encuentran cara a cara en inimaginables circunstancias; él, una especie de maniático; ella, hasta entonces una abstracción con un nombre entre todos los nombres? No habría tal historia singular y seminal, o lo sería a medias, con atrofia de la voluntad y la imaginación, mutilada de sombras y espejos. Ese indeseable encuentro sería (que valga) como desviar el vital y plural río del amor hacia un plantío de esqueletos privados.

En torno a la desconocida, a su nombre, aun muerta, se acumulan los pequeños enigmas que, de todos modos, un despistado ansioso como don José jamás podría dispersar, identificar, diluir en luz. Su persistencia por conocer mayores datos provoca oscuridad en el de por sí incierto ámbito de ella. Imposible penetrar, comprender el misterio sin cruzar el umbral o los umbrales de su propio indeciso errar, don José, que tampoco nunca cruzará.

Cuando la aventura conlleva ocultamientos, disimulos, simulaciones… por los motivos de rebeldía, subversión y una inmensa curiosidad que le dan origen. Ah, pero en honor a las humanas contradicciones, nunca está de más dejar todas las huellas propias posibles en la probable percepción, impresión, ánimo y memoria de los otros, así sea de forma tenue, astuta, solapada…

Por nunca haberla conocido, por saber de ella unos cuantos datos y apenas tener retratos suyos de colegiala, porque su búsqueda es un inacabado bosquejo del imposible y nunca confesado amor, ¿la mujer desconocida ahora está más o está menos muerta para don José? Viva desconocida y desconocida muerta. No más ni menos desconocida por estar muerta que cuando vivía. (En el campo lectural de las conjeturas ociosas al Sol lo eclipsa una luciérnaga sonámbula.)

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(En el país de la eterna, llamado Guateanómala, la lucha contra la corrupción y la impunidad ahuyenta al inversionista, disuade a los emprendedores, desestimula al competitivo y potencial exitoso, socava al glorioso mercado, contraviene al Dejad hacer, Dejad pasar… Sólo para eso sirve el odioso Estado benefactor, donde lo hubiere.)

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