Alfredo Saavedra
Desde Canadá.- Organizaciones internacionales que comprenden el Comité para la defensa de los periodistas de Canadá, han expuesto de nuevo su protesta por las condiciones de inseguridad para los trabajadores en los medios de comunicación en diferentes partes del mundo, al señalar, en concreto, los más de cien periodistas encarcelados en Turquía, a raíz del frustrado golpe de Estado hace un año y la amenaza de más arrestos por las actuales demostraciones contra el régimen gubernamental del presidente Recep Tayyip Erdogan.
Lo mismo, esas organizaciones han repudiado los recientes asesinatos de miembros de la Prensa en México, donde lo mismo editores que redactores y reporteros de importantes medios han sido víctimas fatales de las mafias y autoridades menores, en situaciones que han quedado sin esclarecimiento. Se menciona en la denuncia encarcelamientos en Egipto, Rusia y de asesinato en países del Oriente Medio, donde también en estos días es señalada una conspiración contra el sistema de televisión Al Jazeera.
El exilio ha sido el ingrato recurso para salvar la vida de decenas de periodistas en Latinoamérica. Chile, Argentina, Uruguay, Colombia, El Salvador y Guatemala, los mayores exportadores de trabajadores de los medios, quienes se han visto obligados a una diáspora por países de Europa, Canadá y México en el continente y dependiendo de las circunstancias políticas, en el pasado en Honduras, Nicaragua y Costa Rica. Ha sido triste el desarraigo de la patria.
En Guatemala el problema ha sido endémico y desde los últimos años de la década de 1970 cuando la función en el periodismo hizo crisis con el asesinato de los periodistas José León Castañeda, Marco Antonio Cacao Muñoz, Mario Monterroso Armas y Mario Ribas Montes, entre otros, dentro de la oleada de violencia producida en esos años y que afectó a diversos sectores de la población.
Por el año 1975 se produjo la amenaza de muerte contra varios periodistas afiliados a la Asociación de Periodistas de Guatemala (APG), entre quienes se encontraba el autor de esta columna. En esas condiciones se solicitó una audiencia con el por entonces presidente de la República, general Eugenio Laugerud García. Autorizada la audiencia, acudimos los amenazados más con el propósito de formalizar la denuncia que como para recibir la bendición del Papa, para que no se consumara tan siniestra amenaza.
El Presidente nos recibió en una amplia sala de la Casa Presidencial y nos atendió cómodamente sentados en un lujoso menaje de recibo. Escuchó con amabilidad nuestra exposición y mientras con lentitud pasaba la mano izquierda sobre el lomo de un hermoso perro pastor alemán, de su propiedad, que con las orejas erectas parecía escuchar con atención lo hablado en la reunión, el General con aparente preocupación, abriendo más los ojos verdes de su ascendencia caucásica, exclamó: “¡Dios me guarde que me vayan a matar un periodista, mejor toco madera!” y golpeó con los nudillos de su mano derecha el vidrio que cubría la larga mesa de centro.
A continuación el gobernante propuso una solución que se me ocurre como la orden de un alto jefe militar de las guerras del Peloponeso, cuando expresó con énfasis: “¡Pues ármense ustedes!”. De esa manera, tras breve consulta con el oficial de su guardia presidencial, autorizó la adquisición de las armas y la licencia para la respectiva portación. Algunos de los colegas corrieron al Comisariato del Ejército a comprar un revólver, como quien compra un regalo para Navidad. Yo no compré nada y los papeles de autorización armamentista los metí en una gaveta de mi escritorio en la Redacción del periódico donde trabajaba por entonces, donde se quedaron para siempre.