Por Gonzalo Ruiz Tovar
Lima
AGENCIA/dpa

El Perú tiene dos expresidentes presos. Podrían ser tres, pero uno elude una orden de captura desde Estados Unidos. Podrían ser cuatro, pero uno está tan anciano que ya no importó la cadena perpetua que recibió. Podrían ser cinco dicen los suspicaces, pero, añaden, hay uno que se las sabe todas.

Ollanta Humala era un desconocido teniente coronel del Ejército cuando en el año 2000 intentó derrocar al presidente Alberto Fujimori, entonces ya en decadencia tras diez años de Gobierno de mano dura, con corrupción, violencia y un «autogolpe» de Estado incluidos.

La operación fue inocua. Los sublevados abandonaron a su líder, quien terminó dando vueltas solo por los Andes, en una macondiana fuga en que nadie lo perseguía. Pero se dio a conocer y apareció para algunos como una especie de «Hugo Chávez peruano».

Fujimori huyó unos días después. Cargado de maletas se fue a Japón, su otro país, simulando un viaje de Estado. Humala siguió en el Ejército en cargos diplomáticos, pero en 2006 entró a la política y en 2011 fue elegido presidente tras vencer a Keiko Fujimori, la hija del antecesor al que tanto odiaba.

No se conocen personalmente, pero desde el viernes son los únicos presos en un cuartel policial de Lima. Uno paga 25 años desde 2007 como autor mediato de 25 asesinatos y dos secuestros. Otro quedó en prisión provisional por 18 meses mientras se le procesa por lavado de activos y asociación para delinquir en un caso ligado al escándalo de la constructora brasileña Odebrecht.

Según el Instituto Nacional Penitenciario, los ex presidentes no se verán las caras. Pero dormirán con la paradójica certeza de que el humano más próximo, aparte del guardia, será el odiado enemigo.

Más cómodo debe estar Alejandro Toledo (2001-2006) en su casa de Los Ángeles. Cómodo, pero preocupado. Desde febrero tiene orden de prisión provisional por 18 meses y, si no se le ha aplicado, es porque al ser residente en Estados Unidos se requiere extradición.

Pero ese proceso ya se alista y nadie puede garantizar que Toledo no termine preso, quizás en el mismo cuartel, acusado de recibir 20 millones de dólares de Odebrecht por una obra. Para muchos, imaginar a los tres encarcelados en un mismo espacio es ya surrealista.

En enero, la Justicia italiana impuso cadena perpetua al ex dictador Francisco Morales Bermúdez (1975-1980), acusado por asesinatos de izquierdistas perpetrados dentro del «Plan Cóndor», operación de los regímenes de facto sudamericanos de entonces.

Con 95 años, Morales Bermúdez está en Lima sin intención de entregarse. Italia no ha hecho nada por su extradición y se estima que no lo hará. Pero, aún libre, el general en retiro llevará en sus últimos días la cárcel virtual de la sentencia que no se aplicó.

El único ex presidente peruano vivo que está libre y sin mayores apremios es Alan García, gobernante de izquierda populista de 1985 a 1990 y de derecha conservadora de 2006 a 2011. Se le suele leer en las redes sociales celebrando la caída de las «ratas» corruptas.

Múltiples encuestas señalan que los peruanos perciben a García como el más corrupto. Más que Humala, que Toledo, que el mismo Fujimori cuyos actos están en videos. En ambos períodos dejó dudas. Del primero logró la prescripción de los supuestos delitos desde el exilio. Del segundo, hasta ahora no hay mayores pruebas.

«No las habrá (las pruebas). El que la sabe hacer, la sabe hacer», ironiza el ex ministro del Interior Fernando Rospigliosi, seguro de que el líder del Partido Aprista no será alcanzado por la Justicia.

El ex representante de Odebrecht en Lima Jorge Barata es el delator de Toledo y Humala. De García no ha dicho nada. Los críticos de Alan creen que la amistad personal entre éste y el ahora «colaborador eficaz», documentada en 23 viajes que hicieron juntos, tiene que ver con la supuesta memoria selectiva.

El periodista de investigación Gustavo Gorriti documentó que en el interrogatorio de fiscales peruanos a Marcelo Odebrecht, ex CEO de Obdebrecht, éste admitió que su organización no solo dio dinero a Humala, sino también a Keiko Fujimori y posiblemente a García.

Pero, según Gorriti, los fiscales solo escarbaron en el tema Humala y dejaron a la deriva lo demás.

La corrupción política es reconocida como un cáncer en el Perú que no solo afecta a presidentes, sino también a congresistas, gobernadores y alcaldes. Para algunos, es una vergüenza internacional tener ex mandatarios tras las rejas. Para otros, en cambio, el Perú al menos puede sacar pecho por la caída de algunos corruptos, algo que no logran otros países.

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