Isabel Pinillos
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Al aterrizar en este mundo somos un papel en blanco, con curiosidad, con capacidad de asombro. Buscamos el peligro, nos caemos y lastimamos y nos levantamos una y otra vez. Atravesamos la niñez con muchas preguntas, que a veces son satisfechas, y otras no. Algunas respuestas vienen de manera categórica y enérgica; otras, las inventamos. En la adolescencia, nos entregamos a la tarea de volver a cuestionarlo todo, con vehemencia y pasión. Después de la prueba y error, nos reformulamos la vida en la juventud. Finalmente, a cierta edad, somos sabelotodos y creemos ser capaces de enfrentar al mundo.
Es entonces cuando sentimos el poder de dictar lo que es bueno y malo, de separar las buenas espigas de las malas. Somos seres privilegiados, porque por fín hemos alcanzado la iluminación. Sí, somos invencibles, dueños de la razón y la verdad, nada nos detendrá. La vida es dulce, las dudas han sido borradas, la curiosidad ha muerto, las preguntas son ya necedad. Para muchos este estado de claridad puede durar toda la vida, otorgando cierta establidad. Sea el ejecutivo que tiene una fórmula secreta para su éxito; el ama de casa que tiene todo bajo control; o bien, el religioso que tiene una respuesta divina para cada situación. Dejamos de dudar, pero al mismo tiempo, dejamos de soñar.
Para entonces, un esfuerzo concienzudo interior nos llevará a descubrir que este camino conducirá a convertirnos en simples maniquíes, fantoches de pasarella, repitiendo como loros el conveniente libreto. Los más radicales profesarán sus principios atándolos a convenciones y normas que con frecuencia discriminan. Pero, tras muchos choques violentos, quizá lleguemos a comprender que la única forma de arribar a una “verdad viable”, sea a través del amor y de la libertad. Esta nueva verdad fundada en la libertad, y no en etiquetas cerradas, no es fácil de encontrar. Requiere de valentía, para ser niños otra vez y “desaprender” lo ya aprendido. Es sentirse a gusto con las cicatrices y las arrugas en la piel. Es preciso ver a través del alma que es invisible a las categorías de mujer, hombre, indígena, homosexual, pobre o rico. Porque al final del día, hay un hecho ineludible: todos necesitamos amar y ser amados; llorar y reírnos a carcajadas. A todos nos calienta el mismo sol y soñamos bajo la misma luna. Todos los seres humanos, sin distinción de raza, cultura o religión buscamos esencialmente la felicidad, el bienestar de nuestros seres queridos. No sólo aspiramos a llenar nuestras más elementales necesidades, sino también anhelamos poder aprender, viajar por el mundo, expresarnos a través del arte, la poesía y la música, creer en una fuerza superior, dejar un legado en la tierra. Los caminos por andar, deberán ser cubiertos por nuestras huellas. Son mis deseos llegar a vieja, rodeada del amor de los míos, con aciertos y desaciertos, con dudas y misterios, hasta mi último aliento.