María José Cabrera Cifuentes
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En los últimos años, en los que he tenido la oportunidad de plasmar mis opiniones en este medio de comunicación, he abordado el tema de la ciudadanía en distintas ocasiones. Me parece que el tema es medular en el proceso del cambio de rumbo de nuestra sociedad.
La Constitución Política de la República de Guatemala en su artículo 147 afirma que “Son ciudadanos los guatemaltecos mayores de dieciocho años de edad” y que “los ciudadanos no tendrán más limitaciones, que las que establece la Constitución”. Se define al ciudadano estrictamente en la esfera legal y se menciona como su única obligación no extralimitarse con las limitaciones expresadas en nuestra Carta Magna.
El tema de la ciudadanía ha evolucionado hasta tal forma que el artículo 147 de nuestra Constitución resulta realmente escueto. Diversos autores se han ocupado de afinar el concepto, pero la mayoría ha coincidido en que la ciudadanía implica un sentido profundo de identidad y pertenencia que confiere moralmente obligaciones con el resto de miembros de la sociedad y con lo público. Dichas responsabilidades, o algunas de ellas, no están necesariamente escritas ni tienen carácter legal, pero se cumplen asumiendo que son para alcanzar el bien común y a través de este beneficiar al propio ciudadano y a la familia.
El problema en Guatemala es que se ha querido igualar al ciudadano a cualquier persona mayor de edad con la capacidad de ejercer el sufragio, y se ha visto a esto último como la condición primordial que le confiere el carácter de ciudadano. Sin embargo, serlo realmente implica ante todo, el respeto hacia el individuo, hacia los otros y hacia el Estado.
El jueves de la semana pasada, asistí a la presentación de un breve documento escrito por un expresidente de Guatemala. Durante la conferencia se abordó la necesidad imperante de reformar el Estado y el expositor resaltó, al igual que lo he hecho yo tantas veces, que una de las columnas primordiales para sostener esas reformas es precisamente sobre la ciudadanía. Al finalizar el evento, se anunció que el autor estaría firmando libros y saludando a los asistentes en una sección del recinto que había sido arreglada para el efecto, por lo que se solicitó a los interesados hacer una cola, naturalmente. Tal y como sucede en estos casos y sin importar cuántos asintieron con la cabeza mientras se hablaba de ser ciudadanos responsables, el caos se hizo presente y cuando finalmente se logró hacer la cola, hubo muchos que intentaron pasarse de listos y evitarla, metiéndose hasta adelante entre las personas que habían esperado correctamente.
Finalmente llegó mi turno y justo en ese momento, una de las personas que había opinado sobre el tema intentó pasar antes que yo. Tal y como me enseñaron desde niña, con respeto me dirigí a él y le expresé “Señor ciudadano, la cola va por allá”, y le señalé el final de la fila y por supuesto no perdí la oportunidad de hablarle sobre cómo los cambios empiezan en nosotros y creo que más por evitar continuar oyéndome que por haberlo convencido se retiró.
Este ejemplo podrá parecer tonto, ¿cómo intentar explicar con una cola lo que es la ciudadanía? Y, por supuesto, esta es una actitud mínima y no de las más importantes para lograr ser ciudadanos. Sin embargo, son estas pequeñas cosas, sobre todo en la infancia que van haciendo que los individuos crean que se pueden saltar las trancas, que un día es una cola, el día siguiente es un semáforo, el próximo sus impuestos, y finalmente los asuntos de un Ministerio o incluso de la Presidencia.
Asumir el reto de ser ciudadano no es fácil. Yo misma, que intento ser ejemplar en ese sentido me veo día con día fallando en ciertos aspectos, como tirar las colillas de los cigarros por la ventana del carro o dejando de ayudar a alguien que tiene un problema porque llevo demasiada prisa, entre otros. Cada uno de nosotros debemos luchar con actitudes arraigadas en nosotros mismos que nos impiden avanzar.
Es cierto que Guatemala debe cambiar, es cierto que las reformas a sistemas e instituciones son necesarias. Sin embargo, sin ciudadanos de nada sirve construir la reforma estatal más perfecta de todos los tiempos si no habrá quien la ejecute y la respete. Ser ciudadano es ser responsable con las obligaciones que implican nuestros derechos, sentirnos pertenecientes a una sociedad y actuar en consecuencia. Empezar por nosotros mismos, aunque pareciera inútil, es lo que poco a poco y quizá demasiado lentamente, podrá causar un cambio verdadero en nuestra querida Guatemala.