Luis Fernández Molina

Todos hemos oído el himno de los Estados Unidos y muchos siguen el ritmo de la melodía aunque no entiendan la letra. Es un himno muy conocido por la amplia presencia de este país en muchas actividades, desde eventos oficiales hasta juegos olímpicos. Cuando lo entonan los estadounidenses están rindiendo tributo a su suelo materno. Obvio, esa es la idea de todos los himnos, pero además repiten, como vieja letanía, un momento histórico crucial para que esa nación pudiera emerger. Es una historia que se renueva cada vez que se repite como los niños judíos cuando repiten pasajes del Éxodo bíblico, los panes ázimos, las yerbas amargas.

La letra del himno se inspira en hechos que sucedieron en menos de doce horas, en un lance de la Guerra de 1812 que se conoce como la guerra Anglo-Americana. Se suponía que con la rendición británica de 1781 -tras la batalla decisiva de Yorktown-, los ingleses cesarían de cualquier pretensión en las colonias ya independientes. Sin embargo, hubo un «rebrote» de guerra en 1812 cuyas causas nunca estuvieron claras pero que cada parte imputó al adversario: Los estadounidenses reclamaban contra los abusos que cometían los navíos británicos que reclutaban a sus marinos a la fuerza (para la guerra napoleónica); querían, asimismo, los americanos asegurar que los británicos no intentaran reconquistar territorio anteriormente colonial y reclamaban por el apoyo inglés a las tribus nativas que se oponían a la expansión de la nueva república. Por su parte un gran sector de los ingleses todavía resentía por la pérdida de las colonias y, en todo caso, querían consolidar el dominio de los restantes territorios que aún les quedaban ubicados al norte, en lo que hoy es Canadá, que seguían siendo británicas. En todo caso la declaratoria de esta nueva guerra (primera que hizo su Congreso) la hizo Estados Unidos, a solicitud del presidente Madison, en junio de 1812.

En agosto de 1814 los ingleses avanzaron incontenibles, saquearon Washington, destruyeron el Capitolio y la Casa Blanca. El ataque inglés siguió imparable y todo indicaba que solo faltaba tomar el puerto de Baltimore para el golpe de gracia y obligar a la rendición de los yankees. Por eso desde el 10 de septiembre penetraron por la bahía de Chesapeake y se posicionaron frente al fuerte McHenry, última defensa de la ciudad. La noche del 13 empezó un bombardeo como nunca se había visto. A manera de provocación el comandante defensor del fuerte pidió se izara una bandera muy grande -en exceso grande- para que la pudieran ver los atacantes desde los barcos. Fue una noche de pólvora, tormenta en el cielo y bombas desde los navíos que atacaron el fuerte y la bandera.

Llegó el amanecer. En una traducción libre el himno dice: «Dime si puedes ver con las primeras luces del alba aquel emblema que con mucho orgullo honramos con los últimos reflejos del crepúsculo.» Lo pregunta alguien que en ese momento no puede ver y es que el autor, Francis Scott Key, estaba retenido en un barco inglés atrapado casualmente por unas negociaciones de intercambio de prisioneros; desde allí fue testigo impotente del bombardeo. Alguien más agrega: «(Puedes ver) Ese emblema cuyas barras anchas y brillantes estrellas vimos lo ondear desde las murallas y el rojo fulgor de cohetes y de bombas estallando dieron luz para probar que nuestra bandera aún estaba ahí a lo largo de toda la noche.» Dime, vuelve a preguntar: «(dime si) sigue ondeando la bandera tachonada de estrellas sobre la tierra de los libre y el hogar de los valientes.»

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